La espiral sin fin del Córdoba CF

  • En el 2000, el club blanquiverde saboreaba aún su reencuentro con el fútbol profesional tras años en el 'infierno' de una Segunda B que otra vez lo acoge víctima de sus errores

Toca volver a andar el camino antes recorrido

Los dirigentes de Infinity acudieron a El Arcángel por primera vez en diciembre de 2019, en el partido ante el Marbella. Los dirigentes de Infinity acudieron a El Arcángel por primera vez en diciembre de 2019, en el partido ante el Marbella.

Los dirigentes de Infinity acudieron a El Arcángel por primera vez en diciembre de 2019, en el partido ante el Marbella. / Álex Gallegos

Escrito por

· Cisco López

Redactor

El 19 de noviembre de 2000, el Día salía a la calle recogiendo en su portada la previa del partido que esa misma tarde medía al Córdoba CF con el Extremadura. Un encuentro, luego resuelto por 2-0 con los goles de los cordobeses Óscar Ventaja y Alfonso Espejo, que colocó al equipo blanquiverde tercero en la clasificación, sólo por detrás del Tenerife y el Sevilla, y por tanto en posiciones de ascenso a una Primera División que luego tardaría en catar casi 14 años. Ni que decir tiene que chicharreros y sevillistas sí se mantuvieron arriba hasta el final y, junto al Betis, dieron el salto a la máxima categoría unos meses más tarde. Pero hablar de la élite hoy en Córdoba parece una broma macabra después del sufrimiento acumulado en la etapa reciente por un club vilipendiado desde sus propias entrañas, que intenta renacer con el sustento de un grupo de capital de Bahréin –quién lo iba a decir tiempo atrás, pero a Dios gracias– tras verse empujado fuera del fútbol profesional y abocado a andar el camino ya andado. Sólo queda esperar que esta vez sea en muchísimo menos tiempo que entonces…

En estas últimas dos décadas, el Córdoba ha interiorizado como pocos clubes en España los cambios que ha traído el nuevo orden en el fútbol (y prácticamente en todos los aspectos de la vida, donde el dinero es casi lo más importante). La transformación en Sociedades Anónimas Deportivas que se encontró la entidad cordobesista tras su reencuentro con la Segunda División tras 16 años en el pozo más profundo, tras aquel inolvidable cartagenazo –luego vinieron dos ascensos más, uno incluso a lo máximo, pero ninguno con el recuerdo de ese junio de 1999–, fue el primer paso para una fase marcada por el progresivo desarraigo, la acumulación de desmanes, los pelotazos más fuera que dentro del verde… Un cóctel que en El Arcángel ha provocado historias casi surrealistas que a punto han estado de asestar el golpe de gracia definitivo a una institución acostumbrada a bailar sobre el alambre, pero no tanto a que la zarandeen de manera continua mientras intenta mantener el equilibrio.

La estabilización que el Córdoba se trabajó durante años, no sin dificultades, sobre todo con money de por medio, esa que ha llenado páginas y páginas de este periódico, fue tirada por el desagüe con un trabajo fino que a día de hoy sigue siendo analizado en los juzgados, convertidos de un tiempo a esta parte en el principal tablero de juego para el cordobesismo, que no para su afición, ávida de mirar sólo lo que ocurre con la pelota de por medio. Atrás, muy atrás, queda el crecimiento, tras un primer paso atrás de dos años de nuevo por la B –este equipo no ha subido nunca a la primera, por lo que lo de la temporada pasada tiene perdón–, que el conjunto blanquiverde se fue trabajando para por fin saborear de nuevo la Primera en la campaña 14-15. Etapa plateada, alejada de la dorada de los años 60, en la Liga de Fútbol Profesional, ahora LaLiga por cuestiones de marketing y mañana sabe Dios qué (todo dinero, a fin y al cabo), de casi 20 años de aparente asentamiento deportivo y económico que dio para ilusionar a todos con la disputa de tres play off y la victoria en uno, el que menos pinta tenía de acabar bien. Parecía la culminación de la obra; y así fue, porque desde entonces, el derrumbe fue creciente, hasta alcanzar casi cenizas. Lo mejor convertido en lo peor, tristemente.

El gol de Uli Dávila a Las Palmas, que supuso el ascenso a Primera en junio de 2014, es el último gran éxito blanquiverde. El gol de Uli Dávila a Las Palmas, que supuso el ascenso a Primera en junio de 2014, es el último gran éxito blanquiverde.

El gol de Uli Dávila a Las Palmas, que supuso el ascenso a Primera en junio de 2014, es el último gran éxito blanquiverde. / José Martínez

Porque el regodeo de pasear con los mejores, porque no dio para más ni tampoco se intentó, pues el plan era otro bien distinto tanto ese curso como el siguiente cuando fue reclamado para opositar y desechó la invitación que sí cogió el Alavés –miren la trayectoria babazorra desde entonces– con un mercado invernal increíble, fue el anzuelo hacia la avaricia que a punto ha estado de terminar con más de 65 años de historia en blanco y verde. La gestión pasó a mirar más hacia la cartera que hacia el campo –“esto es un negocio” es la voz habitual, punto y final de los debates en torno a las SAD–, lo que acabó por acercar una inmolación difícilmente reconocida. Sin jugo que exprimir ya del limón y con el firme propósito de no invertir más en un equipo que iba a la deriva, en enero de 2018 finalmente Carlos González, relevo de José Romero que puso fin a una etapa de máximos dirigentes de la ciudad, aceptó la oferta del montoreño Jesús León para la transacción del paquete mayoritario de las acciones del club, en una operación interrumpida año y medio más tarde al no cumplimentarse el pago y que hoy sigue en litigio en los tribunales, como tantas y tantas cosas en torno a la sociedad cordobesista.

Aquella operación, por entonces magnánima –y hasta sanadora– y que provocó una salvación milagrosa bajo los efectos de la capa de Luis Oliver, fue el origen de uno de los capítulos más negros del Córdoba. Tras embrollos de todo tipo, escuchas gansternianas, cruce de demandas, despidos y decenas de sonrojos más, el club (y el equipo) se fueron desangrando de la mano. Primero llegó el descenso a Segunda B, curiosamente en el mismo escenario del último ascenso, Las Palmas, y luego el peor episodio que un mandatario puede sufrir: la denuncia pública de toda la plantilla, únicos con respaldo y fuerza, por los impagos acumulados por toda la estructura del club, en quiebra técnica y a un paso de la disolución, tal y como luego se demostró. Fue el principio del fin de quien llegó de salvador y se fue en dependencias judiciales, tras pasar una noche en el calabozo por su detención por diferentes delitos económicos de los que mantiene cargos pese a su puesta en libertad.

Un momento tristísimo para la institución, pero muchísimo más para la persona. Porque por fortuna, la intervención judicial en la que entró el club abrió una ventana de optimismo que hoy es todo un futuro por el desembarco de Infinity, grupo de capital de Bahréin con gestión desde España de Crowe, que en un año ha dado la vuelta como un calcetín al Córdoba. Al día en lo económico, sin dudas sobre la validez de una operación cuestionada antes de su ratificación en los juzgados y en la RFEF, y con un proyecto plausible para el medio-largo plazo tanto para el club como para la ciudad, el horizonte aparece despejado. Sólo cabe ahora esperar que la pelota entre para empezar a andar el camino otras veces andado, ese que conduce hacia el fútbol profesional, buscar la estabilidad en él y, desde ahí, crecer en todos los aspectos posibles. Esos son los deseos que el Día quiere continuar plasmando negro sobre blanco al menos otros 20 años más…

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