Pasión en sepia

Escaleras, sudario y sepulcro

  • Ya solo espera la Resurrección gloriosa en Santa Marina al tercer día. Un año más, todo se ha cumplido 

Desfile procesional del Descendimiento

Desfile procesional del Descendimiento / El Día

Las aguas del río corren mansas. Las lluvias de primavera han hecho que su caudal se haya engrandecido. Aun así, las aguas no tienen prisa por correr hacía la mar. Su color es un verde ocre, donde los tonos grises se acrecientan cuando el sol pierde su brillo.

El viejo Betis se recrea a su paso por la ancestral ciudad. Es remiso a abandonarla, a dejarla. El río está unido a Córdoba y la ciudad a él. Es una unión indisoluble con lazos forjados con el paso de los años. De ahí que sus aguas se remansen a su paso por Córdoba.

El horizonte esta plúmbeo. La tempestad ha pasado. A lo lejos, por la campiña, parece que quiere el cielo clarear. El sol intenta sacar sus rayos a relucir, pero las nubes se han adueñado de la situación. Atrás quedó el temporal.

José de Arimatea ha comprado, a un alto precio, una blanca sábana de lino

Por el Campo de la Verdad, una vez más, como en su sueño, todo se vuelve a repetir. Cristo ha muerto en la cruz. La escena se recrea un año más. José de Arimatea y Nicodemo portan altas escalas. También un cesto de esparto con herramientas de carpintero. Las mujeres portan tarros con ungüentos funerarios y una blanca sábana de lino que Arimatea ha comprado, a alto precio, a un comerciante de Palmira los días previos a la Pascua.

El hombre ha muerto. El cuerpo sin vida del Nazareno precisa sepultura. Las tres necesidades para el entierro las han traído los Santos Varones. Escaleras, sudario y sepulcro.

Arimatea, el discípulo secreto, ha puesto en liza sus influencias e incluso ha conseguido permiso del prefecto, Poncio Pilatos, para que el cadáver de Jesús le sea entregado por la soldadesca que custodia el monte de la Calavera.

María y Juan esperan, junto a la Magdalena, a los pies de la cruz. Longinos aún muestra, con los ojos vidriados, su arrepentimiento y conversión. Todo discurre con celeridad. La Pascua se acerca y hay que concluir antes que la tiniebla venza la última luz de la tarde. Jesús es descendido del leño sacro.

Así tuvo que ocurrir hace más de dos mil años. Como recuerdo de aquel momento, en Córdoba se reviven aquellos hechos cada año. Cada Viernes Santo desde la iglesia donde la Santa de Ávila pusiera sus pies, parte una comitiva que une un barrio, el de la Verdad, con la ciudad a la que pertenece.

El Puente Romano es el elemento que sirve de nexo. Tal vez por eso sea el que las aguas del Guadalquivir se remansen. Quieren ser nítido espejo de la escena. Quieren reflejar la cruz vacía en el monte Calvario. Pero tienen que esperar. Los Santos Varones no han terminado su trabajo. Todo es despaciosidad y mesura. El paso avanza solemne por el puente. Busca a Córdoba para mostrarle los postreros momentos de la Pasión del Señor.

Las aguas se resisten a abandonar Córdoba. Solo esperan que a la vuelta la cruz esté vacía

Las aguas se resisten a abandonar Córdoba. Solo esperan que a la vuelta, ya entrada la madrugada del sábado, la cruz esté vacía para seguir con tranquilidad su camino hasta la mar. Pero no será así. El drama se perpetúa y, cuando la cofradía regrese a su sede, Arimatea y Nicodemo continuarán con su piadosa labor.

La muerte está presente, tan presente que todo es de una quietud inusitada. Solo tiene vida el sudario, que pende sobre la cruz mecido por el viento, y el bamboleo de los claveles que exornan la canastilla tallada por Corrales León.

Sáez, el viejo, manda a sus hombres con la voz quebrada tras una semana de duro trabajo. La obediencia de aquellos hombres es total. La cofradía revestida de blanco y grana ya busca la Verdad en su barrio. Tal vez allí el cuerpo del Señor sea finalmente desclavado de la cruz. Seguro que así será.

Entonces las mansas aguas del río surcarán camino de la mar. Sin prisa, pero sin pausa. Ya buscarán el final. Cristo ya yace en un frío sepulcro en la Compañía. Ya solo espera la Resurrección gloriosa en Santa Marina al tercer día. Un año más, todo se ha cumplido.

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