Pasión en sepia

El Señor del Alcázar Viejo

  • Todo San Basilio es un júbilo. Su cofradía camina hacia la ciudad. Sus gentes acompañan a las imágenes de su devoción

Jesús de la Pasión en el cruce de la calle Espartería y San Fernando

Jesús de la Pasión en el cruce de la calle Espartería y San Fernando / El Día

El crotoreo de las cigüeñas en lo alto de la blanca espadaña de la torre anuncia que la primavera ha llegado. El ruido de los picos de los pájaros, en su anual parada nupcial, viene a decirnos que es un día grande. El añejo barrio del Alcázar Viejo vive una de sus dos grandes fiestas del año. Una es en primavera, cada Miércoles Santo, y la otra en verano, cada 15 de agosto.

Por sus albas calles las gentes se mueven presurosas. Todos orientan sus pasos hacía la iglesia, corazón de una pequeña ciudad dentro de una gran urbe, donde los pasos de Jesús de Pasión y su bendita Madre del Amor saldrán para recorrer las calles de Córdoba.

La plaza de San Basilio se llena de gente. Llegada la hora se abren, de par en par, las puertas de la iglesia que fuera casa de los frailes basilios en Córdoba. La cruz de guía inicia un cortejo penitencial donde el morado y el blanco son los colores predominantes.

El barrio espera la salida de su Señor. La imagen a la que rezaron sus antepasados, la que bendecía sus huertas cada año desde que fray Juan de Alvear encargara su hechura en el siglo XVII y a la que ellos rezan día a día, implorando su protección y su consuelo.

El oscuro paso que porta la imagen del Nazareno se hace presente. Avanza poco a poco entre las gentes. Solemne, mayestático, Jesús carga con la pesada cruz camino del Calvario. Sus vecinos, sí, sus vecinos, los de su barrio de San Basilio, los que lo veneran día a día, se apartan para dar paso a su Señor entre muestras de devoción. Unos vitorean, otros rezan, otros se santiguan.

De algunos ojos brotan lágrimas. Los recuerdos se agolpan en sus mentes. Las sombras de los que nos dejaron están siempre presentes en la memoria. Su recuerdo es inevitable. El Señor de Pasión, con su andar cansino por el peso del madero, toma la calle Enmedio.

Tras Él caminará su Madre acompañada por el discípulo amado. Las calles de su barrio y luego las de Córdoba, se convertirán por unas horas en la calle de la Amargura, donde María buscará el encuentro de su hijo.

Todo San Basilio es un júbilo. Su cofradía camina hacia la ciudad. Sus gentes acompañan a las imágenes de su devoción. Unos vestidos de nazarenos blancos y morados, otros tras el paso del Señor cumpliendo una promesa. El Arco de Caballerizas Reales es el lugar por donde su Señor les abandona. Es el lugar por donde su Cristo les deja para entrar un año más a Córdoba.

La voz quebrada de la saeta rasga la noche. Es el cante hecho oración. Un lamento que se clava en el espíritu y que sirve para despedir a Cristo, el cual retornará a su barrio bien entrada la madrugada del Jueves Santo.

Atrás queda el Alcázar Viejo, el barrio que formaran antaño los ballesteros del rey. Ahora Jesús de la Pasión y la Virgen del Amor recorrerán las calles de Córdoba, llevando con ellos un trozo del espíritu vecinal de San Basilio. Los más pequeños que le siguen tal vez sean de las primeras veces que abandonan las blancas calles de esta zona.

Para ellos es toda una aventura salir de su entorno para llegar al corazón de la ciudad, de la que también forman parte. Sus ojos infantiles se abren de par en par, entre curiosos y sorprendidos.

Ellos serán los que con el tiempo se encargarán de llevar la esencia devocional de su barrio hasta el corazón de Córdoba; ellos son el futuro. Los niños del ayer son los mayores de hoy, y los niños de hoy serán los mayores del futuro. La cadena no se rompe, como tampoco las tradiciones que permanecen marcadas en lo más profundo de nuestro ser.  

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