Viernes de marzo, cautivo y rescatado
Cuaresma en sepia
La devoción no entiende de clases sociales; incipientes empresarios, obreros, costureras, incluso alguna que otra mujer de vida licenciosa se postran ante Jesús Cautivo
Buen Suceso, 50 años ya...
Polvo eres...
El canto del gallo, lejano pero presente, anuncia un nuevo día. El cielo amanece plomizo. Nubes cárdenas cubren las otras veces bóveda celeste. Las calles amanecen mojadas, patinadas y brillantes. La lluvia ha sido incesante durante la noche. Los redondos guijarros de la calzada parecen pulidos. También el verde de las hojas de las plantas del jardín, pilistras, clivias y lirios, así como las del viejo limonero, brillan sobremanera por el agua caída del cielo. Un gato cruza el patio a toda prisa hacia el zaguán. Busca el resguardo y calor del hogar. En la cocina huele a café y a pan recién tostado. El padre de familia, tras el desayuno, toma su bicicleta. Se embute en un impermeable de hule y pedaleará, hasta la Cepansa, donde tiene su lugar de trabajo. Antes, camino de la fábrica, parará unos minutos en el cenobio trinitario para venerar, durante unos breves minutos, a Jesús Rescatado. Hoy es primer viernes de marzo.
Primer viernes de marzo. Es la tradición. Córdoba se congrega en la castiza plaza del Alpargate. Es el día grande en que se venera, siguiendo la tradición, la imagen de Jesús Rescatado. Desde muy temprano, a las seis de la mañana, se anunció en la prensa local, el convento trinitario abre sus puertas. Hasta bien entrada la noche, un ir y venir de personas se congregan para musitar unas breves oraciones ante el Jesús de Medinaceli cordobés.
La imagen ha sido dispuesta en su altar. Viste una sencilla túnica morada, como manda la norma no escrita pero aceptada. Las manos, atadas con un grueso cordón dorado, invitan a la meditación. El pelo natural y la mirada doliente, así como misericordiosa, llaman a la oración. Lo flanquean vistosos jarrones exornados con flores del tiempo. El incienso, penetrante y tal vez fuerte, perfuma el ambiente.
Ante la bendita imagen va pasando Córdoba entera. Las mujeres, generalmente vestidas de oscuro y con velo, muestran su devoción ante la efigie divina. Algunas se arrodillan ante Él y pasan más tiempo orando. Desde que llegara en febrero de 1713 al convento trinitario, previo encargo de Fray San Juan de Mata, la imagen tallada por el imaginero Fernando Ruiz y Díaz de Pacheco, que replico el existente en el antiguo convento trinitario de Nuestra Señora de la Encarnación de Madrid, se ha convertido en una de las devociones más enraizadas en la ciudad de Córdoba.
El día avanza. La lluvia ha cesado. Es por ello por lo que cada vez más fieles se congregan en torno a las puertas del convento de Santa María de Gracia. Dos guardias municipales se encargan, previa sugerencia, de hacer que los asistentes formen una larga e interminable fila para acceder al templo. No hace frío. Los gorgojeos de los gorriones ponen el sonido en el ambiente. También a lo lejos, para los oídos más finos, se pueden escuchar las notas que brotan de los instrumentos de los músicos de la banda del cercano cuartel de Lepanto, quienes bajo la batuta del su director, don Pedro Gámez, ensayan composiciones solemnes para los días venideros.
La devoción no entiende de clases sociales. Desde la casa de Medinaceli hasta los componentes de un hogar de trabajadores, pasando por incipientes empresarios, obreros, costureras, incluso alguna que otra mujer de vida licenciosa, tal como se cuenta que fue María Magdalena, se postran ante Jesús Cautivo. Ahí está el Nazareno, el que cuentan fue rescatado en tierras moras. Solemne, quien a pesar de su divinidad y la unción que mueve la imagen, siempre permanece hierático, como si la cruda realidad que el escultor plasmó de la pasión, no fuese con él. Los siglos, los años y el tiempo pasan, pero el simulacro esculpido por su autor, permanece consolando a las almas de los que acuden implorando su consuelo. Así fue, y así será. Primer viernes de marzo. Un año más.
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