Cuaresma en sepia

Los días de vísperas, besapiés y besamanos

El Cristo de la Misericordia y Nuestra Señora de las Lágrimas, en besapiés en los años cincuenta.

El Cristo de la Misericordia y Nuestra Señora de las Lágrimas, en besapiés en los años cincuenta. / El Día

Cae la tarde poco a poco. Despacio, sin que nos demos cuenta. Aunque los días son cada vez más largos, tarde o temprano llega el turno de que la luz se torne sombra. Los últimos rayos de sol dan un tono nacarado a las blancas paredes de la casa de vecinos. Las mujeres se afanan en sus tareas antes de que la luz pierda la batalla ante las tinieblas. Los niños también apuran los últimos resplandores del día. Tras la jornada escolar, prorrogada por los deberes, es la hora del juego.

En el gran patio de vecinos y, dependiendo de las edades, hay juegos para todos los gustos. Unos emulan, con una muletilla encarnada, una faena pinturera a un torillo cárdeno y bravo. Otros juegan a la pelota en partidos interminables, con el consiguiente peligro para macetas de clivias y palmiras. La tarde se agota. “El que marque gana”, dice uno a voces. Los más pequeños juegan al escondite. Algunos lo hacen tan bien que no se dan cuenta de que el juego ha terminado. Los chiquillos gritan alborozados como si no hubiera un mañana. Los más traviesos tratan de espantar a las golondrinas, las mismas que cada año anidan bajo los aleros de los tejados del patio común. Una abuela censura la actitud de los infantes: “Niños, no asustad a las golondrinas. Ellas quitaron las espinas al Señor en la cruz”. Los pequeños dejan de gritar sorprendidos por la afirmación de la anciana.

Un hombre llega a la casa tras la jornada cotidiana de trabajo. El día ha sido duro. Se despoja de sus ropas y se asea en un lavabo blanco de porcelana. Toma el botijo vidriado de La Rambla y echa un trago. El agua fresca le reconforta. Tiene que cenar pronto. Hoy hay faena complementaria en la cofradía. La Semana Santa está a días vista. Como diría un castizo, “a la vuelta de la esquina”. Son los días de vísperas más que nunca. Atrás quedó la ceniza, atrás quedó la penitencia, atrás quedaron los quinarios, triduos y novenas. Se van acercando los días divinos, los días santos por excelencia.

Los templos, con la primavera, han vuelto a ganar belleza. Comienzan a ser menos oscuros. Por los rosetones vidriados se filtran los rayos del sol, dando policroma variedad el albo mármol de los suelos. En las naves laterales aparecen solemnes y mayestáticos los pasos, esos retablos andantes que en breves jornadas saldrán a la calle a mostrar la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Están desnudos de todo. Falta la entronización de las sacras imágenes de Cristo y su Madre. Ya llegará el día grande. Por ahora hay que seguir preparando la Semana Grande.

El sacro oficio de la misa ha terminado. Los miembros de la junta de gobierno entran en la sacristía. El cura párroco, y también consiliario, cambia impresiones de todo. El sacristán, cómplice de unos y otro, se muestra participativo e insinúa cómo debe de hacerse la distribución del trabajo para acabar antes. El primer interesado es él, pues lleva en la iglesia desde que alboreó el día.

Los hombres bajan del retablo la imagen del crucificado. Con sumo cuidado es colocada sobre unas bancas. Otros se aprestan a colocar la imagen de la dolorosa en una dependencia del templo, donde queda en clausura con su vestidor y camareras. El sacristán enciende carbón. Cuando las ascuas se hagan presentes, colocará sobre ellas unos granos de incienso. El mayordomo y prioste, provistos de delicados plumeros, limpian la imagen de Cristo crucificado. Otros revisten un armazón de madera con lujosas telas, a juego con el dosel que se eleva tras el mismo. Antes de enaltecer la recia imagen en su paso, hay que ponerla más cerca que nunca de todos sus fieles.

El vestidor ha concluido su labor. La Virgen portada delicadamente por prestas manos es colocada junto a Hijo en la improvisada ara. Las imágenes sagradas ya están dispuestas. Antes de ser colocadas en los pasos, recogerán el fervor de todos los que se acerquen a venerarlos, a besar sus pies rotos y traspasados, o sus manos húmedas por el llanto. Es el último acto de la vida interna de las cofradías antes de salir a las calles de la ciudad a testimoniar su fe. Los actos de veneración, como besapiés o besamanos, son el prólogo del Domingo de Pasión. Ya quedan pocas jornadas para el júbilo de las palmas y olivos. Ha llegado la semana de vísperas.

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