Córdoba y el Vía Crucis: de Scala Coeli al Magno Vía Crucis de 2025
Religión
El beato Álvaro fundó en 1423 el convento de Scala Coeli, origen del primer Vía Crucis de Occidente
Las imágenes del Vía Crucis Magno empiezan a llegar a Córdoba
El próximo 11 de octubre, Córdoba vivirá un acontecimiento singular: el Vía Crucis Magno, que reunirá a numerosas hermandades de la capital y de la provincia en un ejercicio público de fe, cultura y patrimonio. Para comprender la magnitud de esta cita es necesario mirar atrás, a las raíces históricas y espirituales de esta devoción, que tienen en el beato Álvaro de Córdoba (1361-1430) y en el convento de Scala Coeli un origen indiscutible.
El beato Álvaro destacó pronto por su vida de entrega, predicación y reforma espiritual. Hijo de don Martín López de Córdoba, maestre de las órdenes militares de Alcántara y Calatrava, y de doña Sancha Alfonso Carrillo, fue bautizado en el templo parroquial de San Nicolás de la Villa.
En 1423, estableció el convento de Scala Coeli, en la sierra cordobesa, bajo el espíritu de la Reforma de la Orden Dominicana. Inspirado en el de Nuestra Señora de Monserrat, en Tierra Santa, se erigió en 1423 con apoyo real y se convirtió en foco de penitencia y recogimiento, pronto reconocido como cuna del Vía Crucis en España. Sus biógrafos destacan su elevada estatura, el porte solemne y la voz sonora, cualidades que daban gran fuerza a su predicación.
El origen del vía crucis: de oratorios a cruces
La ingeniosa y devota invención del beato Álvaro fue alabada, imitada y propagada por todas las naciones de Europa, como recogen las crónicas locales. En un principio, se levantaron oratorios alrededor de la iglesia representando en su interior algún misterio de la Pasión del Salvador. El número de estas capillas u oratorios, lo mismo que el de los misterios representados, fue muy variado, según los tiempos y lugares.
Con el paso del tiempo, la fórmula de los oratorios o ermitas fue evolucionando hacia la colocación de cruces, de madera o de piedra, que señalaban las estaciones de la Pasión, unas con la imagen de Cristo y otras sin representación alguna. El dominico José María Yáñez, en artículos publicados en la prensa cordobesa, recordaba que la Iglesia siguió siempre con sumo interés el desarrollo y evolución de esta práctica. Finalmente se fijó en 14 las estaciones del Vía Crucis, una norma instaurada por el papa Clemente XII en 1731.
En el siglo XVI, el convento alcanzó uno de sus momentos de mayor esplendor con la estancia del insigne predicador fray Luis de Granada, cuya presencia marcó una etapa de intensa vida espiritual y de difusión de la devoción al Crucificado. En torno al monasterio nació también la primera hermandad de Scala Coeli, conocida inicialmente como de Santo Domingo y que con el tiempo se vinculó al culto del Santísimo Cristo, al beato Álvaro y al Cristo del Milagro. Su finalidad era clara: sostener el culto, estimular la devoción y respaldar a la comunidad dominica.
La hemeroteca cordobesa conserva valiosos testimonios de la trascendencia de este enclave. Crónicas y artículos recuerdan cómo, desde los siglos modernos hasta bien entrado el XX, la romería a Scala Coeli congregaba a miles de cordobeses cada primavera. Autores como Teodomiro Ramírez de Arellano en el XIX o Ricardo Molina en el XX evocaron aquellas peregrinaciones que unían fervor religioso, penitencia, cultura popular y poesía.
Predicador, confesor y reformador
La figura del beato Álvaro fue determinante. Su labor como predicador, confesor y reformador de la vida religiosa consolidó su memoria como referente de la espiritualidad cordobesa. En torno a su nombre, el convento y la práctica del Vía Crucis adquirieron fuerza, configurando una tradición que enlaza con el presente. Confesor de la reina Catalina de Lancáster y del rey Juan II de Castilla, trasladó a la sierra cordobesa la experiencia de los pasos de la Pasión que había conocido en Jerusalén —desde Getsemaní hasta el Gólgota—, dando origen al primer Vía Crucis estable de Occidente.
Fue beatificado el 22 de septiembre de 1714. Con el paso del tiempo, la ciudad lo veneró como patrón de sus cofradías, reforzando aún más su estrecha vinculación con la religiosidad popular de la ciudad.
No en vano, la prensa del siglo pasado recogía titulares como “Scala Coeli irradió la devoción al Crucificado a la España del Cuatrocientos” o “Córdoba y la Romería de Scala Coeli”, subrayando el papel de este monasterio en la génesis de la religiosidad popular cordobesa.
Por eso, cuando hoy Córdoba organiza un Vía Crucis Magno, no se trata solo de una cita cofrade: es la actualización de una herencia de siglos, nacida en la espiritualidad dominica y convertida en parte esencial de la identidad cultural de la ciudad.
Será, además, un acontecimiento patrimonial de primer orden, que mostrará la riqueza artística de las hermandades cordobesas y situará a la ciudad como referente cultural y turístico en Andalucía. La semilla que plantó el beato Álvaro hace 600 años florece hoy en un acontecimiento colectivo que Córdoba celebra con orgullo, renovando una tradición que ha marcado la historia espiritual y cultural de la ciudad y proyectándola de nuevo hacia Europa.
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