Pasión en sepia

Ascetismo interior

  • Lunes Santo | El cortejo es austero. Los nazarenos visten negras túnicas ceñidas por un grueso rosario de madera. El cubrerrostro también es negro y en los pies, zapatillas de esparto

Primera salida el día 16 de abril de 1973, Lunes Santo, del Vía Crucis en Córdoba.

Primera salida el día 16 de abril de 1973, Lunes Santo, del Vía Crucis en Córdoba. / Hermandad del Vía Crucis

El azul oscuro del cielo está tachonado de estrellas. Córdoba permanece serena, adusta y silenciosa. En el ambiente flota el aroma de las flores de la primavera. El azahar del cercano patio de los Naranjos de la Catedral perfuma la noche del Lunes Santo. Su intenso y aromático olor, mezclado con el de las clivias, jacintos, palmiras y dalias de los patios de las añejas casas, es penetrante, pero a la vez agradable. La temperatura es la de una noche primaveral y las gentes del pueblo transitan despaciosas calle Rey Heredia abajo, buscando el convento de la Encarnación, para tomar rumbo hacia la Catedral.

La calle Encarnación es angosta, solo se ensancha cuando va a morir justo donde la portada renacentista del convento de la orden cisterciense se alza esplendorosa y radiante, celosa de su clausura y del ascetismo de sus habitantes.

La noche cerrada, la fragancia del ambiente y tan señalada fecha, Lunes Santo, invitan al recogimiento. Cristo ya ha sido sentenciado a muerte en San Nicolás. Más allá, extramuros de la ciudad en el lejano Zumbacón, la Señora de la Merced, Redentora de Cautivos, llora por su hijo lacerado y coronado de espinas. Mientras tanto, una enlutada comitiva ora por las ánimas benditas, haciéndose la muerte presente en San Lorenzo cubierta por un velo de tinieblas. Noche de contrastes en una Córdoba serena y callada.

Las campanas de la Catedral dan la hora. Tras ello, el silencio se vuelve a hacer presente. La luz amarillenta de las vetustas farolas da alguna luminosidad, pobre e insuficiente, a las calles. El silencio se rompe. Se escuchan tambores en la lejanía. No tienen aire marcial. Son tambores roncos, secos, graves. Son parches de luto, destemplados y tristes. La gente deja de caminar. Va tomando sitio en las aceras.

Un nazareno portando una cruz con la imagen de un Cristo de tonos pálidos y marfileños encabeza el luctuoso cortejo, que toma la calle Encarnación, que a pesar de su estrechez, va a ser parte del itinerario de la nueva cofradía que desde la iglesia de San Juan y Todos los Santos, Trinidad para el vulgo, ha llegado a la Semana Santa de Córdoba.

El cortejo es austero. Los nazarenos visten negras túnicas ceñidas por un grueso rosario de madera. El cubrerrostro también es negro y los pies, aquellos que no van desnudos, son calzados con zapatillas de esparto. El silencio es roto por el rezo del vía crucis. La escena es conmovedora. Llama a la oración y al recogimiento. La puesta en escena de la nueva corporación es distinta, pero a la vez es personal y única. Las gentes están sobrecogidas. El silencio es roto, esta vez, por un perro asustado que ladra. Una niña de cabellos dorados y revueltos está conmovida, que no asustada, y busca refugio en los brazos maternos.

El paso de la nueva corporación estremece el alma de todos los que la contemplan. Una nube de incienso se hace presente. Su punzante olor nubla el de las flores, que la primavera ha hecho florecer. La espesura del nublo es tal que no se aprecia nada tras ella. Poco a poco se va diluyendo. Como de la nada surgen unos hachones de cera que custodian la imagen de Cristo crucificado. Imagen antigua, legado de otros tiempos, icono que ha recogido las oraciones de muchas generaciones de cordobeses y que la nueva cofradía ha recuperado para el devocionario cordobés. La imagen es portada por nazarenos desprovistos de capirote.

Fue tallada en la madera, para representar al hijo de Dios y a la vez para invitar a la reflexión y oración de todos aquellos que sobrecogidos la contemplan. El propósito de su anónimo autor se ha cumplido. El Cristo, antaño advocado de la Salud, invita a la oración rememorando el drama pasionista que trae cada año la Luna de Nisan.

La procesión se marcha. El rezo del vía crucis seguirá hasta bien entrada la madrugada. Es lo único que rompe el silencio de la noche oscura de la primavera cordobesa. Entre aromas a anaranjadas clivias tras las rejas del convento, sus moradoras entonan con voces claras y cristalinas los compases del miserere en honor a Cristo muerto, convirtiendo a Córdoba en asceta durante unas horas cada Lunes Santo.

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