Subbética

La devoción de una comarca

  • Las archicofradías de la Virgen de Araceli, de Lucena, y de la Sierra, en Cabra, se hermanan en una ceremonia suscrita por el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández

El obispo, Demetrio Fernández, firma el hermanamiento en Cabra

El obispo, Demetrio Fernández, firma el hermanamiento en Cabra / Antonio J. Roldán

El foco de la devoción mariana se detuvo este sábado en dos puntos elevados de la Subbética, como son los santuarios de la Virgen de Araceli y de la Virgen de la Sierra. A una decena de kilómetros de distancia, sus dos archicofradías formalizaron tras siglos de devoción un hermanamiento que, lejos de un mero formalismo, supuso una acción de cohesión y justicia entre dos de los grandes referentes espirituales del centro de Andalucía.

Y es que resulta innegable la capacidad que manifiestan estas dos patronas, de Lucena y Cabra, para atraer a miles de personas en torno a sus celebraciones más señeras, como son el mayo aracelitano y las fiestas septembrinas, respectivamente.

Pero también, en esa íntima parcela de los sentimientos, cabe reseñar la suprema atracción que despiertan entre propios y extraños en la siempre reconfortante cotidianidad de sus santuarios. Lugares de peregrinación, pero también de singular belleza que aúnan a públicos muy diversos que siempre encuentran calma, paz y vivencias en cada visita.

Un acto que pasará a la historia de ambas corporaciones, y que dio comienzo con una misa en terreno aracelitano, oficiada por el vicario episcopal de la Campiña, David Aguilera, y que contó con la presencia de los hermanos mayores y las juntas de gobierno de las archicofradías, así como los alcaldes de Cabra y Lucena, Fernando Priego (PP) y Juan Pérez (PSOE), y miembros de sus respectivos consistorios, además de autoridades civiles, mandos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que operan en la zona, y gran número de devotos.

Un momento de la ceremonia en Lucena Un momento de la ceremonia en Lucena

Un momento de la ceremonia en Lucena / Antonio J. Roldán

Tras la misa, el hermano mayor de la Virgen de la Sierra, Antonio Cano, hizo entrega a su homólogo aracelitano, Rafael Ramírez, de un broche con el escudo de la patrona egabrense que, minutos después, ya lucía la Patrona del Campo Andaluz en su barroco camarín.

La comitiva partió seguidamente hasta el Picacho egabrense donde se culminó este evento de ida y vuelta, desarrollándose el acto central del hermanamiento, al que acudió el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández. "Es un gesto ejemplar para todos los hermanos de las archicofradías de la virgen de Araceli y de la Sierra porque nos estimula a vivir esa fraternidad y vivirla de hecho, lo que ya desde tiempos inmemoriales es una relación fraterna entre dos ciudades", ha indicado.

El acto central del hermanamiento, al que acudió el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, se celebró en Cabra

La conocida popularmente como casita blanca, en un día apacible y primaveral, sirvió de contexto a este acto que, sin duda, hace justicia. No en vano, tanto en el fondo como en las formas ambas devociones se mantuvieron con múltiples similitudes –las dos son patronas, coronadas, o bajan y suben de sus santuarios anualmente– pero logrando preservar su esencia e idiosincrasia.

Así llegaron a nuestros días, estrechando lazos afectivos alejados del localismo y visiones cicateras hoy día cada vez más nimias.

Dos devociones históricas

Hablar de las patronas de Cabra y Lucena obliga a mirar al pasado. Dos imágenes que, a través de los siglos, centraron las miradas y anhelos de egabrenses, lucentinos y también de fieles del centro de Andalucía que vieron en ellas un faro espiritual al que acudir cuando la vida sacudía, o también una seña de identidad inherente a las propias raíces de cada cual.

Según las crónicas de la época, en 1240 un cautivo encontró a la Virgen de la Sierra

En el caso de la Virgen de la Sierra, muchos son los hitos que jalonan su secular presencia, con más de ocho centurias de historia desde que un discípulo del apóstol Santiago la entregara a la comunidad cristiana de la antigua Egabro, debiendo ser ocultada en una cueva de la serranía a causa de la invasión musulmana en torno al año 714.

Según las crónicas de la época, en 1240 un cautivo la encontró y dio parte a las autoridades y el propio rey Fernando III El Santo, que acababa de recuperar la zona en plena Reconquista, decidió subir a la altura para orar ante la imagen y, como acción de gracias por su protección, entregarle la bandera y el tambor que arrebató a las tropas musulmanas durante la batalla y que hoy día se siguen manteniendo como insignias y emblemas ligados a esta tradición tan honda.

El Marqués de Comares ordenó una copia para su palacio de una imagen de la Virgen María de Roma, bajo la advocación de Aracoeli

Igualmente, los más de cuatro siglos de devoción de la Virgen de Araceli atestiguan el amor más puro hacia la Madre Dulce y buena, que reza el himno aracelitano, y que también aguarda en su Santuario de Aras la visita de fieles y devotos de la comarca.

Una historia que hunde sus raíces en el viaje que en pleno siglo XVI realizará el II Marqués de Comares, Luis Fernández de Cordova, a la cuidad de Roma donde quedó prendado de una imagen de la Virgen María, bajo la advocación de Aracoeli. Tanto fue así, que ordenó realizar una copia para su palacio lucentino.

Según la leyenda, en 1562, las bestias que tiraban del carro donde se transportaba la imagen se espantaron a causa de una tormenta justo a la entrada del municipio, encontrándose con posterioridad donde ahora se ubica su ermita.

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