Salvador Moreno Peralta

Margallo y la cultura de los asnos

La tribuna

Margallo y la cultura de los asnos
Margallo y la cultura de los asnos

13 de marzo 2024 - 00:15

No suelo ver la televisión porque la saturación de otros opiáceos visuales –redes, plataformas, whatsapps, etc– me lleva inexorablemente a otros vicios que creíamos ya del todo erradicados, como el de la lectura, (Groucho). Pero la televisión es una atmósfera que se respira y no podemos vivir en apnea. Y es así como me topé el otro día con lo que, en dura competición con otros, pudiera considerarse el programa más tonto del ya largo pedigrí de una televisión pública que en algún tiempo fue magnífica. Se titula El mejor de la Historia y en él se pretende dilucidar, con el rigor científico que cabe suponerle al asunto, cuál ha sido el personaje más guay de nuestra Historia, elegido entre gente y épocas tan dispares como Lola Flores, Fernando Alonso, García Lorca, Agustina de Aragón, Jeniffer Hermoso o Hernán Cortés.

Parece ser que los heterogéneos candidatos iban pasando por el dictamen de los jueces ocasionales: el exministro de Asuntos Exteriores García Margallo, el actor y director Santiago Segura, la indestructible Mercedes Milá y la periodista Silvia Intxaurrondo, que ejercía la presidencia del tribunal. En su precipitado examen estos jueces iban despachando a los candidatos con la inclemente simplicidad del like o dislike de las redes sociales. Llegado el turno a Hernán Cortés, la Milá, con los espasmos febriles de una monja recién poseída por la religión woke, lo descartó por “asesino, monstruo,…¡villano, villano, villano!” ….y no sé cuántas cosas más, discretamente secundada por la más contenida Intxaurrondo y un amilanado Santiago Segura, que bastante tiene el pobre con cuidar de que la sombra de su Torrente no lo exilie al infierno de la fachosfera, “lasciando ogni speranza” de redención social.

Pero en esto llegó Margallo y mandó parar. El veterano político, diplomático y ex –ministro cayó en la cuenta de que desde un programa de la televisión pública se estaba dando una prueba fehaciente de que nuestro papelón en los informes PISA no era casual y, además venía de lejos. La autoridad de García Margallo no necesitó, para darles una lección de historia a sus contertulios, acudir al Laszlo Passuth de nuestras juveniles lecturas del Dios de la lluvia, ni a la monumental conquista de México de Hugh Thomas, ni a la espléndida biografía de Esteban Mira… ni a la legión de historiadores fascinados por el personaje y la colosal aventura mexicana. La lección incluía un enorme zasca al inefable presidente López Obrador, siempre presto a reinventar una Historia que desconoce y a la que imputa distópicamente barbaridades que pertenecen a su mandato. Margallo simplemente expuso lo que generaciones anteriores a los experimentos educativos de la democracia aprendimos en el bachillerato.

El dichoso programa, en fín, no tiene en sí el menor interés si no es como ejemplo de adonde pueden desembocar la Cultura y la libertad de expresión con una democracia averiada. Con Franco había leyes en un código penal que limitaba la libertad de expresión a niveles sonrojantes pero, a pesar de ello, TVE, la única televisión de España, producía programas culturales de una calidad hoy impensable. Cuando el dictador murió y recuperamos las libertades democráticas, sólo los viejos comunistas –pronto liquidados– postulaban en sus programas la alianza de las fuerzas del Trabajo y de la Cultura, liberada ésta de su papel como arma de clase, que fue lo que le llevó a Mao a perpetrar la burrada de su Revolución Cultural, la primera gran cancelación de la Historia. Pero para los nuevos izquierdistas que brotaron entonces como setas, la

Cultura era un aburrimiento para consumo de minorías. Antes que nada, pues, la Cultura tenía que ser “divertida”, sin que ello tuviera nada que ver con el humor sino más bien, como la coartada perfecta para incorporar al equipo, sin discriminarlos, a iletrados con sus gracias chocarreras; y al tiempo, también “diversa”, lo que también permitía llamar Cultura a cualquier cosa. Todo estaba listo, pues, para el gran guateque de la Transición: unos heroicos cretinos con licencia para escandalizar –cuando el escándalo ya estaba despenalizado– nos dieron Movida por Cultura en una especie de “caca, culo, pedo, pis” para mayores, sin el temor a la restricción de ningún código penal. Ahora ya no había más límite a nuestra libertad de expresión que aquello que pudiera coartar la libertad ajena y porque, a fin de cuentas, en este asunto el código penal había sido sustituido por el código íntimo de la conciencia y la educación de cada ciudadano.

Y es entonces cuando quedamos retratados sin piedad, ya sea en una encuesta callejera, en una manifestación reivindicativa, en una sesión parlamentaria, en una entrega de premios cinematográficos… o en un programa como este. Desconocemos cuál es el propósito de los minervas que lo han concebido si no es, precisamente, algo tan “divertido” como no tener ningún propósito, que tal es la función encomendada hoy a la Cultura para mantener una sociedad en estado de permanente letargo: el estupefaciente cultivo de lo banal, la atrofia del conocimiento, el desprecio a la memoria y la sustitución del argumento por la exaltación del rebuzno, o sea, la Cultura, por fin, como la gran oportunidad para los asnos.

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