Tribuna

Demetrio fernández

La Cruz ilumina todo sufrimiento

Vivamos esta Semana Santa con especial fervor. No dejemos pasar delante de nosotros estos acontecimientos, sin conmovernos ante tanto dolor, sin valorar y estimar tanto amor

La Cruz ilumina todo sufrimiento

La Cruz ilumina todo sufrimiento

La proclamación de la Pasión nos estremece: la mujer pecadora que unge los pies de Jesús, Judas con su beso traidor, la última Cena con la institución de la Eucaristía, la oración angustiada del huerto de Getsemaní, las autoridades religiosas que le arrancan la confesión explícita de su identidad divina y le condenan a muerte, Pedro que le niega cobardemente, Pilato que le manda a la crucifixión soltando a Barrabás, los soldados que se burlan, y Jesús muere en la Cruz.

“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”, confiesa el centurión, un pagano. Cada uno de estos pasajes nos encoge el corazón, y nos deja sin palabras, en silencio contemplando un amor desbordante. Entremos en ese ámbito sagrado de la pasión del Señor, haciendo nuestros todos esos momentos, “como si allí presente me hallare” (S. Ignacio).

Han llegado los días santos. Todos los días son buenos y santos para alabar a Dios, pero hay algunos especialmente señalados, en los que Dios se acerca más a los hombres y los hombres se acercan más a Dios. La liturgia de la Iglesia señala el calendario, y fija en el tiempo y en la historia los días santos. Estamos invitados todos a participar.

La Semana Santa es como la síntesis del misterio cristiano: Dios Padre, que compadecido del extravío de los hombres envía a su Hijo único Jesucristo. Este Hijo, que se hace hombre y carga con nuestros delitos, como el Cordero que quita el pecado del mundo. El Espíritu Santo, que sostiene el Corazón de Cristo en la obediencia de amor y en la entrega generosa por sus hermanos hasta la muerte. Y en el centro del drama redentor, acompañando siempre a su Hijo, María, una criatura como nosotros, elevada a la dignidad de Madre de Dios, colaboradora singular en la redención del mundo, y Madre nuestra entregada por Jesús junto a la Cruz al discípulo amado y en él a todos los hombres.

El viernes es día de dolor con Cristo doliente. Dejemos que nos entre por los ojos y por todos los sentidos y que golpee nuestra sensibilidad para poder entrar en el secreto de esta pasión redentora, en el corazón de Cristo, que ama al Padre hasta el extremo y nos ama a los hombres sin medida. El patíbulo de la Cruz en la que Cristo ha sido ejecutado con la pena capital se ha convertido en el símbolo cristiano. La cruz es el lugar y la forma como Cristo ha muerto, dando la vida por amor. Nos invita a seguirle, tomando cada uno su propia cruz y ayudando a los demás a llevar la suya. La Cruz de Cristo ilumina todo sufrimiento humano y lo hace llevadero.

“Amó más que padeció”, nos recuerda san Juan de Ávila. Y si contemplamos los dolores a todos los niveles, físico, psicológico y espiritual, es para dejarnos conmover por tanto amor, que ha de cambiar nuestra vida. No podemos pasar indiferentes ante tanto amor, y hemos de ser pregoneros del mismo para todos los hombres. “Sepan todos que nuestro Dios es amor”, sentencia el santo doctor. El sábado es día de silencio contemplativo junto al sepulcro del Señor. Con María, como María, acompañando a María en su soledad. Y haciéndonos cargo de tantos sufrimientos que padecen los hombres de nuestro tiempo, sufrimientos peores que la misma muerte. Es una llamada al acompañamiento. Todos podemos acompañar a alguna persona que sufre, para aliviarla, para dar sentido a su dolor, puesto que el sufrimiento es el ingrediente que Dios ha tomado sobre sí para expresar el amor. El sufrimiento ya no es una desgracia, sino la ocasión de conectar con lo más hondo de la persona, que es su capacidad de amar y de ser amada.

Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte, todos continúan en el sepulcro. Cristo ha salido victorioso del sepulcro y ya no muere más. Este es el horizonte más amplio que puede tener una mente humana; la muerte no es la última palabra. La última palabra es la vida sin final, la vida eterna, en la que Jesús nos introduce por su resurrección.

Vivamos esta Semana Santa con especial fervor. Pasa Cristo por nuestras calles, acompañado de su bendita Madre. Al mirar a Jesús, él nos mira y nos ofrece su ayuda para llevar nuestra cruz, él nos mira para ofrecernos su perdón, él alienta en nosotros la esperanza de que el final no es la muerte, sino la gloriosa Resurrección, la suya y la nuestra. No dejemos pasar delante de nosotros estos acontecimientos, sin conmovernos ante tanto dolor, sin valorar y estimar tanto amor, sin que cambiemos nuestro duro corazón por un corazón sensible al amor de Dios y a las necesidades de tanta gente que sufre en nuestro entorno. La Semana Santa cambia nuestra vida si la vivimos con fe.

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