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El Día de Andalucía es una jornada de afirmación identitaria que conmemora la clara apuesta que los andaluces realizaron hace 44 años por una autonomía plena, en pie de igualdad con las comunidades que siempre habían reivindicado esa exigencia, como Cataluña y el País Vasco. Nos acercamos al medio siglo del referéndum del 28 de febrero de 1980 y está bien que se recuerde y se conmemore con un festivo y con los actos que ya constituyen una tradición en nuestra tierra. Pero si el 28-F se limitara exclusivamente a evocar esa efeméride o realizar un balance triunfal por parte del Gobierno que actualmente ocupa el Palacio de San Telmo, la celebración quedaría coja e incompleta. La autonomía ha servido para que los andaluces tomen conciencia de la situación de subdesarrollo histórico en la que han vivido y eso debe ser el acicate que ayude a cambiar las cosas. Hoy también es el día para poner de relieve los objetivos que alumbraron la autonomía y que todavía están lejos de conseguirse. Ninguno de los indicadores que sitúan a Andalucía a la cola de las regiones españoles en cuanto a situación económica y bienestar social han sido revertidos. Desde hace tres años hemos caído al último lugar en la lista de PIB per cápita, el dato que compara el nivel de riqueza entre las diferentes regiones. Tampoco en indicadores como los que miden la calidad educativa o los rankings universitarios salimos bien parados. Todo ello no obsta para que Andalucía sea la tercera economía del país, sólo por detrás de Madrid y Cataluña, o para que se haya producido en las últimas décadas una mejora sustancial de sus infraestructuras. Incluso en los últimos años se ha producido un aumento importante del empleo. Pero con el triunfalismo no se llega muy lejos. El 28-F es una fecha para recordar que, a pesar de los avances, es muchísimo lo que queda por hacer y esa debe ser una tarea que implique a todos los andaluces.
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