
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Nos lavamos más las manos?
Donald Trump tomará hoy, de nuevo, posesión del cargo de presidente de los Estados Unidos. Será, si no hay cambio de las normas constitucionales de ese país, la última vez que lo haga, su segunda oportunidad, aunque no haya sido consecutiva. Lo cierto es que, desde que ganó sus primeras elecciones (perdiendo en aquella ocasión en votos populares frente a Hillary Rodham Clinton, pero venciendo en votos electorales), toda la política mundial ha girado en torno a su figura: lo que hizo como presidente, la liberación –parcial– de su gobierno durante el mandato de Biden y su nueva victoria, tras una administración inexplicablemente gris, que sepultó el caudal de esperanza (y rechazo a Trump y su significado). En definitiva, en la última década, o gobernaba Trump o se le esperaba. Es un balance de triunfo para el nuevo presidente, a pesar de su derrota puntual y sus problemas legales, y uno atroz para el universo liberal demócrata. Trump no solo vence por sus méritos, que obviamente han sido reconocidos por una mayoría clara del electorado, aunque nos pueda parecer muy difícil de entender y aceptar, sino que, especialmente, gana por el elevado nivel de impostura estéril y tontería vacua con que la deformación actual del wokismo tradicional ha contaminado en los últimos años la concepción progresista de la política.
No sé qué cabe esperar del nuevo mandato de Trump, pero no me cabe duda de que pasarán cosas, pasarán pronto y serán sonadas. Hay tanta estupidez en forma de normas legales, de falsas apariencias incrustadas a la fuerza como costumbres de último minuto, tanta corrección política sacralizada, tanto empacho de palabrería y componenda, y tan poco acierto y talento, que solo desmontar gran parte de ese andamiaje endeble e inútil puede hacer parecer a quien lo impulse un líder recio y decisivo, aunque sea peligroso y nocivo. Y hecho el deshecho, cualquier conquista digna, destrozada en el saco de la basura durante la demolición, costará un riñón recuperarla.
Una persona seria, que respeto y aprecio, me decía el otro día que la gente quiere prosperidad económica y seguridad, vivir bien y tranquilo, y quien le asegura un estándar mínimo aceptable tiene medio trabajo cumplido. Cuando eso va bien, me contaba, se tiene la percepción de que su libertad no está en riesgo, al revés, está en progresión. No lo comparto plenamente, pero me permite comprender por qué Trump, y todo este viraje mundial hacia posiciones que traducimos como extremas (muy ligeramente, porque el fondo es mayor), se abre camino. Las sociedades, hartas de ser defraudadas por cantos de sirena y hasta las narices de escuchar lo importante que es la seda del vestido de la mona –y de pagarlo–, cambian y prueban. Si la prueba les consigue más pasta disponible y una calle más segura, tenemos un problema gordo.
No celebro la presidencia de Trump, pero sí que se nos caiga la venda.
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