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Córdoba/Comentaba un amigo que había hecho arreglos en su casa: pasaron fontaneros, carpinteros, pintores… Fueron unos días agotadores, pero lo que más le llamó la atención fue que todos los trabajadores de los distintos gremios comentaban que estaban estresados. ¿Esto es normal? Normal, no lo creo, pero sí frecuente, casi universal. Los niños están estresados, los jóvenes también, por supuesto los adultos, pero incluso los jubilados y ancianos. Todo es correr hacia ningún lado.
El estrés parece haberse convertido en el estado natural de muchas personas hoy en día. Hay varios factores que contribuyen a esto: sobrecarga de información: con internet y las redes sociales, estamos constantemente bombardeados con noticias, mensajes y tendencias, lo que nos impide desconectar. Nacemos con un móvil en la mano que nos absorbe todos los minutos disponibles.
Presión laboral y económica: Los empleos exigen cada vez más productividad, y la incertidumbre económica genera ansiedad. Se trabaja para generar ganancias, para crear nuevas necesidades. Todo se fundamenta en un consumo continuo.
Expectativas sociales: La comparación con los demás, especialmente en redes sociales, nos hace sentir en competencia constante. No puedo ser menos, tener menos, viajar menos, incluso divorciarme menos. Hay que cambiar, experimentar nuevas sensaciones. Aparentar que somos más que los demás.
Falta de descanso: Muchas personas no duermen lo suficiente ni tienen tiempo para relajarse, lo que afecta su bienestar mental y físico. Pasamos las noches enganchados a las series y plataformas como TikTok, WhatsApp, Facebook, Instagram… Y cuando organizamos las vacaciones, lo hacemos con tan poco sentido común que terminamos agotados.
Hace unos días rememoré la típica escena de tomar la fresca. Pasé por un barrio sencillo donde la gente estaba sentada a la puerta de su casa conversando con los vecinos. Me dio envidia. Se respiraba paz, sosiego. Un buen antídoto contra el estrés. Se puede estar cansado por el peso del día, pero también tranquilo.
Este domingo conmemoramos la venida del Espíritu Santo, Pentecostés. Han pasado cincuenta días desde el domingo de Resurrección: "Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos".
También se le llama al Espíritu Santo Paráclito, Consolador. La palabra paráclito proviene del griego paráklētos, que significa "el que es llamado a la ayuda" o "el que intercede". El Espíritu Santo es, por lo tanto, el abogado, consolador y guía de los cristianos. En la secuencia de la misa de hoy le decimos: "Tú eres quien consuela, amigo siempre fiel, tregua en el trabajo, brisa en el calor. Tú eres el descanso, la ponderación; cuando viene el llanto, la consolación."
Un poco de ponderación, descanso y tregua nos vendría muy bien. Las prisas, el estrés y los agobios son enemigos de la paz, del amor y de la felicidad. No en vano, el enemigo nos bombardea constantemente con la falta de paz; así destruye el espíritu, el pensamiento y la razón. Mata el amor, que es el cimiento de la vida familiar y religiosa.
¿Tiene arreglo? Claro que sí. Pero hay que volver a Dios, dejarle sitio en el mundo, en la familia y en el corazón. Él es nuestra paz, nuestro amor, nuestro consolador. Vamos a abrirle las puertas. Todo aquel que hace un retiro, una experiencia de Dios, o vuelve mediante una buena confesión, experimenta la paz de la casa sosegada.
Dediquemos todos los días un rato a la oración. Busquemos un lugar tranquilo, silencioso, a poder ser junto al Sagrario. Escuchemos la voz de Dios, abandonemos en sus manos las preocupaciones, pongamos a los nuestros a sus pies, bajo el manto protector de la Virgen. Confiemos en quien todo lo puede. Perdamos el miedo al silencio, a la quietud. Allí nos serenaremos y todo recuperará su auténtica dimensión.
Los que más apreciarán nuestra paz serán nuestros seres queridos. Vale la pena intentarlo.
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