Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Dos sirenas tardías

El forastero –aspirante a lugareño a tiempo parcial– elucubró sobre su conversación. Sin duda no hablaban de política nacional

Este domingo, en una pequeña bahía urbana, sólo dos cabezas de mujer sobresalían del agua, que se mostraba como una enorme bandeja azul y verde, perfectamente lisa. Parecían departir animadas, y sus cabellos cortos y cardados, que referían su edad, no estaban mojados: nadie evita sumergirse con la naturalidad de una mujer. En este caso dos amigas de gozosa cháchara, que debían mover sus brazos y piernas bajo el agua, para flotando poder charlar: la distancia de la orilla en la que estaban y la mansa marea alta no hacían posible que hicieran pie, por lo que se habían metido para lo hondo, como también decimos. Los del lugar dicen aguatapá, pero el forastero aún no sabe con qué sintaxis se conjuga esa palabra, como de bulería.

El forastero –aspirante a lugareño a tiempo parcial– elucubró sobre su conversación. Sin duda no hablaban de política nacional: como el rompeolas no hacía ruido, podían oírse risas y carcajadas cortas: ni siquiera en prolegómenos de carnaval la cosa está para reírse, ninguna gracia tiene el ver cómo las prioridades de nuestra casta del ramo son, por este orden, el poder del partido y sus alfa; vencer en las elecciones, cuando vaya tocando, y, ya si eso, los ciudadanos, sus problemas y derechos. Descartada la política, y aunque la escena no era en Sevilla, donde calitas hay menos que las justas, pensé que comentaban un cartel de Semana Santa de la ciudad contigua. Es local, sí, pero es que el Cristo del cartel del ya famosísimo pintor Salustiano ha dado lugar al reagrupamiento ideológico bipolar habitual, pero oiga, aleluya, con fisuras en ambas filas prietas. El principal periódico catalán, totalmente entregado a “las cloacas del Estado” y a la cosa leguleya de la amnistía a la carta, sacó en primera plana al cartel de marras (enorme pelotazo propagandístico de la ciudad hispalense y su gran pasión y economía cofradieras).

El forastero, infiltrado sin mayor afán que el del paseo, de pronto se preguntó: “¿No estarán hablando del cambio climático, porque por muy meridional que sea este sitio, es también atlántico, y estamos a 28 de enero, puro invierno? ¿Y esas dos sirenas tardías, poseidonas caleteras, se dirán que esto no lo recuerdan en sus setenta y tantos años de vida?”. No; estarían hablando, por turnos, de sus nietos, o, ya que reían tanto, de sus maridos, que quizá ya hayan dejado tanta paz como gloria llevaron. “Es demográficamente científico que los hombres nos vamos antes”, se dijo el forastero. Y se fue orilla adelante dejando sus huellas en el escaso metro y medio de arena mojada que la bajamar iba ya descubriendo.

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