Notas al margen
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
He dado con un texto de 2017 en un blog: “La perversa madurez del low cost”. Las entradillas rezan: “El modelo del bajo coste tiene fecha de caducidad”, “El turismo democrático es más bien masivo, invasor, estresante e insustancial”. Permitan la autocita.
Esta semana, la compañía Ryanair echa un pulso a Aena, y liquida miles de sus vuelos. Actriz pionera del tal viajero democrático, la empresa del irlandés Michael O’Leary ha satisfecho a millones de usuarios, y dado mucho tráfico a la industria del turismo que se esgrime como bastión del PIB. Ryanair ha ordeñado el ansia por recibir turistas de provincias y capitales. Lo hizo en su derecho, a veces con tufo chantajista. Ha zarandeado a las aerolíneas de bandera. Ha triunfado. Ha enseñado la matrícula a muchas otras imitadoras de su modelo de negocio, aunque las ventajas del “primer entrante” han sido suyas: dominio de procesos y tecnologías clave, marca sin par, montañas de clientes leales, apropiación de recursos y enorme poder de negociación con energéticas y localidades y comunidades autónomas, a las que aprieta por sistema. Porque pudo, y puede.
Aena es el primer operador aeroportuario del mundo. Junto a Loterías, es la joya de la corona: el Estado posee el 51% de sus acciones. Es muy rentable. Ha resistido a la privatización. Ahora, Aena ha exigido mayores tasas por utilizar sus aeropuertos, devoradores de fondos crecientes. Ryanair ha respondido con irse, dicho mal y pronto. Hasta que otras low cost sustituyan su oferta pasará tiempo. Esta confrontación encarecerá el precio del negocio del bajo coste. Los isleños españoles ya sufren el repentino combate.
Volviendo a aquel blog: “Corren tiempos de aeropuertos improbables en ciudades que vendieron buena parte de su alma turística a la aerolínea del arpa irlandesa (...) la eclosión de los viajes de ocio llena el cielo de queroseno quemado (...) el bajo coste del avión y el apartamento turístico son la puerta abierta al mundo para mucha gente cuyos padres nunca viajaron. Nadie, si lo desea, se priva de desplazarse a destinos resonantes: Venecia, Edimburgo, Tallin, Marraquech, Sevilla; metamorfoseados, a la postre, en pastiches artificiales, en sitios castigados por una hiperinflación de la vivienda que empobrece al lugareño”. No hacía falta ser Nostradamus.
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