La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Del porno a las manadas

Que no haya una estadística de las violaciones en grupo evidencia lo que minusvaloramos el problema

Con 12 años yo jugaba a la tángana en mi pueblo. Era una niña. No se crean que entonces nos daban lecciones de educación sexual. Ni en casa ni en clase. Pero no teníamos un smartphone con el que cubrir los vacíos (y la curiosidad) de las relaciones en pareja de las mayores, ni redes sociales para quedar con los chicos (sin tener ni idea de dónde nos metíamos) ni había acceso a drogas de diseño (chemsex) con las que hacernos perder la conciencia y volvernos vulnerables. Sumisas.

Hoy tenemos casos de niños de 10 años que agreden sexualmente a niñas de 5. Me repugna hasta escribirlo. ¡Cuánto daño está haciendo El juego del calamar si el mensaje que estamos dando a las nuevas generaciones es que no hay fronteras entre el mundo virtual y el real! Dicen los expertos que tienen carencias de educación afectivo-sexual y que han asimilado como normal las vejaciones, divertimentos y excesos que aprenden en el porno on line. Sin filtros. Dominación, violencia y posesión. Complicidad en grupo. Sería el punto de partida de las manadas que estamos narrando estos días como si repitiéramos el efecto imitación que subyace en las agresiones machistas.

Tiene que haber algo más. Pienso en Irene, en el tétrico homenaje a los clásicos de la novela negra del escritor francés Pierre Lemaitre, y me cuesta concluir que estemos educando a nuestros jóvenes como psicópatas en potencia. Porque poco importa si sus modelos se encuentran en la pantalla del móvil o en la literatura.

Que en España aún no haya una estadística oficial sobre las violaciones en grupo (más de 200 desde 2016; más de 20 este año; dos en las últimas 48 horas según los registros de los medios) tal vez sea la mayor evidencia de que no somos conscientes ni del caldo de cultivo ni de la gravedad de lo que parece presentarse como una espeluznante moda. Que hayamos tardado más de seis años desde la manada de Sevilla en endurecer las condenas para situar la agresión múltiple como un agravante de la violación (la ley del sí es sí se aprueba este jueves en el Congreso) da muestra también de la miopía con que estamos gestionando el problema. La creciente presencia de menores en estos ataques de serie B, con los efectos de impunidad que ello conlleva, y la estigmatización con que seguimos castigando a las víctimas es un cóctel explosivo que nos debería hacer reflexionar. Aunque lo fácil sea echar la culpa a las circunstancias. A las tecnologías y al sistema. Como si fueran entelequias y no hubiera nadie responsable detrás.

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