La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Los 'piratas' de la universidad

La aspiración de la excelencia, de situarse en el top, corre demasiado en paralelo a las redes del dinero y del poder

Lo primero que aprendes cuando aterrizas en la Universidad es a trabajar para las agencias de evaluación. Lo segundo, a que no te la cuele ninguna revista pirata. Podríamos compararlo con el carné de conducir: una cosa es aprender a aprobar el examen y otra, bien distinta, conducir. Y, en ese proceso, hay que ir con pies de plomo. Porque unos se esfuerzan y otros van de listillos.

Imagino que, cuando se empezó a priorizar la investigación en la enseñanza superior, se hizo con un motivo loable: evitar que el acceso a un puesto de profesor funcionario significara echarte a dormir; dar tus clases, con tus apuntes amarillos y tu reciclado del PowerPoint.

Aunque estoy simplificando mucho en una institución con mil casuísticas y escenarios diversos, creo que uno de los agujeros negros de la Universidad tiene que ver con los espacios de distorsión que se producen en este arte de cumplir con los requisitos para hacer carrera académica. Y ello desde el rigor, el talento y el trabajo bien hecho hasta el trampeo y el fraude de quienes prefieren los atajos.

En un contexto como el español, la inmensa mayoría de los docentes e investigadores universitarios cumple las normas, desde un punto de vista legal pero también ético, y por muy tirano que sea el papeleo que implican los procesos de acreditación. ¿Que hay malas praxis? Por supuesto. Y justo son esos casos aislados, muy mediáticos y llamativos, los que estos días están acaparando el debate público: del químico cordobés que ha expulsado su Universidad por prácticas de multiafiliación (como publicaba El País, firma un estudio cada 37 horas e incluye en sus papers a instituciones de Rusia y Arabia Saudí) al matemático que se ha montado una empresa tapadera para intermediar con investigadores de prestigio y lograr que declaren que trabajan en la Rey Abdulaziz y así inflar su posición en los ranking internacionales.

La excelencia es una aspiración, incluso una obligación, pero discurre demasiado en paralelo a las redes del poder. En un sentido literal, la del dinero, y desde el intangible que significa para un investigador situarse en el top mundial.

Sin caer en la generalización y la sospecha, lo que se está poniendo de manifiesto es la necesidad de asumir el problema, intensificado por la creciente competencia entre instituciones y la globalización, y fijar regulaciones estrictas que disuadan de la tentación. No solo implantar la LOSU es un desafío, inminente y urgente, para la Universidad española.

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