la vida vista

Félix Ruiz Cardador

Una pequeña alegría

ESTOS días me siento un ser afortunado. La razón: que un músico callejero, un saxofonista, ha decidido instalarse por las mañanas en la calle Cruz Conde justo a la altura de la ventana en la que se encuentra mi mesa de trabajo. El buen hombre apareció a principios de la semana, con su saxo y un pequeño amplificador, y se colocó a la altura de Correos, pero luego ha decidido mudarse más arriba en dirección a Las Tendillas, a escasos metros de la redacción de este diario. No digo que este saxofonista sea Charlie Parker o Sonny Rollins, pues ni siquiera tengo los conocimientos musicales suficientes como para opinar demasiado, pero sí afirmo que lo que toca me suena bien, un jazz suave, un jazz ideal para este otoño, un jazz para estas mañanas frías y soleadas, cuando uno camina hacia el trabajo con sus preocupaciones y sus prisas, con su desasosiego y, de pronto, se da cuenta que la vida es otra cosa, o al menos debería ser otra cosa. Basta que este tipo toque un rato para que yo regrese a los días de la infancia y la juventud, a los viejos discos familiares de mi padre, a la voz de Ella Fitzgerald, al primer disco que conseguí del propio Charlie Parker, que venía como regalo junto a una revista allá por los primeros 90. Son estas pequeñas alegrías las que nos salvan ahora que nada parece que pueda salvarnos, pues el poder del ser humano para crear belleza, grande o pequeña, en cualquier lugar siempre fascina, nunca caduca, jamás pasa. Algún aliento divino debe alentarnos. Nos habita.

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