¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Pelotas, no; balas, sí
La Rayuela
Las estrellas de cine Tilda Swinton y Julianne Moore son las nuevas chicas Almodóvar. Atrás quedaron Carmen Maura, Victoria Abril, Verónica Forqué, Rossy de Palma, BiBibiana Fernández, Chus Lampreave y otras actrices que durante décadas han configurado ese universo femenino medio castizo español y medio transgresor. Sus protagonistas ahora hablan en inglés y se ha universalizado el interés de las profesionales del cine por trabajar a las órdenes del director manchego.
Toda esta escalada en la reputación del artista y su rotundo éxito en el Festival de Venecia, que ha disparado sus opciones en la quiniela de los Oscar, podría haberse vivido en España con el mismo orgullo colectivo de las victorias de Rafa Nadal en Roland Garros. Guste más o menos el tenis, cualquier compatriota se alegraba cuando el tenista levantaba la Copa de los Mosqueteros.
Podría ocurrirnos algo similar con Almodóvar y su cine. Más allá del gusto personal por sus obras, es positivo para la marca España contar con un director tan aclamado en el mundo entero, que se pasea por las alfombras rojas junto a divas de Hollywood, consigue récord de minutaje en los aplausos y difunde nuestra cultura (incluida la contracultura) a través de su filmografía.
Sin embargo, todo ese éxito reciente ha agudizado la polarización en este país. Si eres de izquierdas te tiene que alucinar Almodóvar desde el principio al fin, incluso sus pelis valle, porque hay que tomarlas como los bocetos del genio. Si eres conservador de derechas te debe horrorizar su cine y te has de quedar sólo con las escenas de mujeres que se limpian el culo en cámara o cuentan qué se dejaban hacer por su hermano para evitar que violara a todas las vecinas, aunque en realidad lo que a ellas les pone es una teta. Si ves algo más allá de eso, mejor esconderlo para no parecer progre. Y eso que tanto glamour y tanta introspección han aburguesado mucho su vida y obra, cada vez más profunda y menos divertida. (Todo esto dicho sin saber de su última película más que lo leído, pero con todo lo anterior en la retina).
Vivimos en el país de los extremos y si el director de cine aprovecha los actos públicos para posicionarse en asuntos políticos de rabiosa actualidad como el de los inmigrantes, la carnaza está servida para los odiadores profesionales o los ponemonumentos. Qué habremos hecho para merecer esto quienes sólo queremos disfrutar del cine, sin etiquetas.
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