A principios de los años 90 del siglo pasado, después de la caída de la Unión Soviética y el desmoronamiento del bloque del este que venía enfrentándose a Occidente durante cuatro décadas en la guerra fría, el optimismo liberal de Fukuyama le condujo a profetizar en su conocido libro El fin de la Historia el inicio de una etapa de estabilidad en la que finalmente se confirmara la prevalencia de los sistemas democráticos y las economías de mercado frente a los regímenes dictatoriales, dando paso a un periodo pacífico y estable. La realidad ha desmentido cruelmente esta profecía. El mundo ha entrado en una fase peligrosa caracterizada por una profunda inestabilidad y una secuencia simultánea de crisis que afectan prácticamente todos los rincones del planeta.

En Europa, la guerra de Ucrania se estanca en los campos de batalla sin avances en los frentes, lo que hace pensar en un conflicto de larga duración que proyecta sus consecuencias no solo en el continente europeo sino también a escala global.

Oriente Medio es, desde los ataques terroristas de Hamas y la reacción contundente del ejército de Israel, un preocupante foco de tensión con una guerra abierta en la franja de Gaza y un importante riesgo de escalada que puede implicar a otros actores. Quizás la intervención directa de Hezbola sea uno de los escenarios más preocupantes en cuanto que podría arrastrar a Irán e involucrar directa o indirectamente a los Estados Unidos. Ello podría conducir hacia escenarios extremadamente peligrosos.

África es un continente enorme y diverso. Pero hay un elemento común en todo el continente: la inestabilidad. La secuencia de golpes de Estado en la franja del Sahel no es precisamente una buena noticia. La crisis política de Senegal es uno de los factores que explican el incremento reciente de flujos migratorios hacia Canarias.

En Asia y Oceanía, la política agresiva de China en torno a Taiwán y el control del Pacífico ejerce como permanente recordatorio de la fragilidad de la zona y el riesgo de escalada militar que puede derivar de cualquier incidente.

La extensión de esta columna me obliga a no continuar enumerando las diferentes situaciones de policrisis presentes en otras zonas del planeta que no podemos tratar aquí. La reflexión final es la extremada debilidad de los esquemas de gobernanza internacionales y la necesidad de una reforma profunda del sistema de Naciones Unidas. La Organización que fue clave en la profunda transformación de la sociedad internacional después de la Segunda Guerra Mundial y hoy es claramente ineficaz e inoperativa para abordar los retos del siglo XXI. Por supuesto, el desafío no es fácil y requiere el consenso de los cinco Estados con derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Hoy por hoy alcanzar este consenso parece inimaginable.

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