En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Resulta inquietante descubrir que la mayor fuerza que hoy nos empuja no viene ya de fuera, sino que nace –con sorprendente naturalidad– en nuestro interior. La obra La sociedad del cansancio, del siempre lúcido y provocador filósofo Byung-Chul Han, desnuda este giro silencioso como un espejo incómodo: ya no necesitamos órdenes estrictas, porque hemos aprendido a exigírnoslo todo nosotros mismos, como si ese impulso oculto se hubiera vuelto parte de nuestra respiración cotidiana.
En estos nuevos escenarios, se celebra un rendimiento que roza lo desmesurado. Cada quien se observa con una mezcla de impulso y desasosiego, tratando de sostener un ritmo vital que nadie impone y que, sin embargo, todos seguimos sin cuestionarlo demasiado. De ahí surge el animal laborans contemporáneo, que se exprime a sí mismo bajo la ilusión de una autonomía absoluta. ¡Pero qué ironía tan afilada! Autoridad y súbdito bajo la misma piel, coexistiendo sin tregua.
En esta carrera sin meta, la presencia se diluye. Nos cuesta detenernos, respirar el momento, mirar con calma aquello que antes parecía evidente. La vida contemplativa –la que permite que algo nos toque de verdad– parece hoy un lujo excéntrico. Todo debe ser rápido, útil, visible. Incluso el arte ha perdido parte de su misterio: lo que antes guardaba alma termina convertido en objeto de mercado.
Mientras tanto, nos transformamos sin darnos cuenta en productos de nosotros mismos. Somos proyecto, vitrina y mercancía. Y, sin embargo, algo dentro de nosotros sospecha que esta libertad que proclamamos es más bien un espejismo: una invitación constante a superarnos hasta el agotamiento.
Quizá podríamos pararnos un momento a distinguir qué forma parte de nuestras verdaderas necesidades y qué responde a inercias ajenas. Esa claridad, aunque breve, permitiría reorganizarnos y recordar que no todo debe medirse en rendimiento.
Byung-Chul Han recuerda que la verdadera salud quizáS se encuentre en lo elemental: el juego, la alegría, el movimiento, esos gestos simples que devuelven al cuerpo la memoria de estar vivo. Un modo de habitar el mundo que no pretende optimizarnos, sino devolvernos presencia.
Tal vez lo más revolucionario hoy sea detenernos, aflojar el pulso y recuperar un tiempo propio.
También te puede interesar