Un ministro novelista

Francia, por una vez, parece haber sucumbido ante unas polémicas tan impropias de su pasado

Sorprende que esto pase en Francia, donde las letras constituyen segunda patria, y donde siempre ha existido una chispeante relación entre política, literatura y erotismo. Pero esta vez un acontecimiento nada extraño –la publicación de una novela por un ministro– lleva un par de semanas acaparando páginas en la prensa. Francia cuenta con gran tradición de ministros y presidentes literatos y, por ello mismo, no cabía esperar este revuelo. Mas los tiempos han cambiado. El desencadenante lo ha provocado, primero, la naturaleza del ministerio de Bruno La Maire (Economía), segundo, la extensión (más de 470 páginas) de la novela (Fugue américaine, editada en Gallimard) y, tercero, los episodios eróticos que la acompañan. Poder compartir el día entre obligaciones (el ministerio) y aficiones (escribir), reparto siempre aconsejable para gozar de una vida equilibrada, no ha sido, sin embargo, bien acogido en el caso de un novelista responsable, a la vez, de las cuentas y contabilidades del país. Pero, además, este descontento –por no dedicarse Bruno Le Maire exclusivamente a resolver problemas económicos– se ha incrementado al cuantificar sus críticos el tiempo necesario para llevar a cabo esta labor literaria y deducir que, para escribir cinco libros en cuatro años y tan colosal novela, ha debido robarle mucho tiempo a su dedicación ministerial. Pero aún hay otra cuestión que ha indignado a ciertos lectores: el fuerte tono erótico de algunas escenas narradas, que, en opinión de los escandalizados, sobrepasan lo que cabría esperar de la discreción sexual de una autoridad pública. Y como prueba, han hecho circular numerosos párrafos extraídos de la novela para difundir su falta de pudor. Porque, el autor se deleita, en efecto, en exhibir posturas y juegos eróticos, habituales en la vida y en las letras francesas, pero que contadas por un ministro ya parece que no lo son tanto. Lo cual, a su vez, ha removido, cara al público, el viejo dilema entre lo erótico y lo pornográfico. Un asunto que espabila la vigilancia de tantos inquisidores siempre prestos a repartir condenas. En España, por fortuna, ante cualquier duda al respecto tenemos el libro de Ana Valero, La libertad de la pornografía (Athenaica) que permite, tras su lectura, aclarar estos reproches infantiles. Sin embargo, Francia, por una vez, parece haber sucumbido ante unas polémicas tan impropias de su pasado. Incluso ella sufre de una oleada moralista e intransigencia. Menos mal que, cuando menos, la novela de Bruno Le Maire, asegura su editor, se vende muy bien.

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