
Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
¿Se pueden evitar los incendios?
El acento
Pues ya está. La aparente comedia terminó y se aclaró (de momento) la gestión del futuro. Todo lógico y normal. Mucha gente confiaba en que se llegase a algún tipo de acuerdo, el que fuere, pero tal vez porque no se había detenido serenamente a analizar el intríngulis profundo de lo que estaba en juego y que, quizá, ni todos los protagonistas habían percibido. No, analizando con calma el entramado, en ningún caso era posible el compromiso. Las cosas son más profundas y obedecen a causas más primigenias y sustanciales. No ha sido un problema político ni una caricatura de retórica escénica o intereses de sus líderes (cada uno cargado con sus cadenas) sino una idiosincrasia propia del ser colectivo. El pacto no ha sido posible porque lo impedían razones de mayor envergadura: culturales, históricas, sociales, y hasta antropológicas.
No podemos olvidar que en nuestra sociedad, acostumbrada históricamente a un monopolio ideológico siempre triunfante, hemos labrado una cultura de la intransigencia, de valores absolutos, de ideales salvadores irrenunciables, y en esas condiciones existenciales y conceptuales ¿quién comete el grave pecado de renunciar a lo eterno, fijo e indiscutible?, ¿quién consuma la traición a lo que es de verdad? No, en ningún caso. "¿Renunciar a mis verdades verdaderas del todo?, ¿cómo es posible?" Y, además, los electores no lo permitirían y lo castigarían severamente. (Acostumbrados a echar a los políticos nuestros propios pecados, un trabajo de campo permitiría averiguar cómo de responsables del desaguisado somos los ciudadanos: si todo pacto es una transacción de partes, pregúntese a cada votante, con la relación de proyectos y promesas de los partidos afectados delante, a qué está dispuesto a renunciar expresamente y a aceptar del contrario para facilitar el acuerdo … y ya veríamos).
Dos ejemplos. ¿Alguien cree en verdad que en algún momento tendremos un pacto de Estado, en torno a la escuela? Pero si ni siquiera una asignatura como "Educación para la convivencia", tan universal, ha sido posible aquí... Y dos: las relaciones públicas e institucionales entre los partidos son un ejemplo práctico de que solo vivimos las discrepancias: siempre atacando, siempre casi insultando… Un comportamiento por cierto que no es exclusivo de los responsables públicos. Y es que, dice S. Ferlosio, nadie tan ferozmente peligroso como el justo cargado de razón.
También te puede interesar
Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
¿Se pueden evitar los incendios?
El microscopio
Una provincia de rupturas
Gafas de cerca
Tacho Rufino
¿Quién paga el fuego?
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Vivir al día
Lo último