El mundo de ayer
Rafael Castaño
Formas de decir adiós
Crónica levantisca
El cefalópodo congelado y comprimido que el transportista acarrea en su carrillo de mano desde el camión al restaurante, ése que lleva en la etiqueta de la caja de poliuretano el nombre de Calamar de la Patagonia, se transmuta, en algún momento del proceso comercial, en roteño, romano o de Huelva.
Y, vale, lo acepto, nunca he despreciado a los boquerones que vienen del moro, porque las aguas son las mismas que las del Golfo de Cádiz y porque, en el caso del calamar de la Patagonia, acepto al pulpo como animal de compañía. Acepto que el margen comercial exceda a la subida del precio del aceite de girasol. Incluso acepto comer por turnos, pero me cae mal que el camarero se ponga nervioso cuando queda media hora para que lleguen los otros clientes y me quite la cazuela de barro donde han estado alguna suerte de gambas al ajillo, porque lo que me gusta, como diría Pepe Monforte, es mojar sopones.
Me cae mal que el exquisito vino de Jerez que he pedido sea, en realidad, un amontillado en su peor acepción; es decir, no un generoso al que se le dejó envejecer de modo biológico en la bota, sino que se haya remontado en la botella.
El calamar era de la Patagonia y el bar de Cádiz, pero podía haber sido Sevilla, donde hay gambas pospandémicas que se venden a seis euros la unidad. Acepto que le metan grandes márgenes a las raciones, que se estén ahorrando las cartas de papel y hasta que me vayan a cobrar a 10 euros por esa mixtura que se llama rebujito en las ferias.
Lo acepto porque es mi elección, soy libre de tomarme la cerveza de mi casa, pero lo que no soporto más son los llantos de tantos llorecas. Las estancias de turistas han aumentado un 7% esta Semana Santa respecto a la de 2019, que fue la mejor, en términos económicos, de la historia; las ferias vienen como trenes balas, pero la angustia que demuestran algunos caseteros por ganar este año lo que le corresponde más los dos anteriores es excesiva. No lloren más, que todos hemos pasado por situaciones muy parecidas.
La hostelería es dura, pero ya se lo ha advertido César Lumbreras a Juan de la Huerga en la contra de este diario: el lamento hay que administrarlo. El campo andaluz, por ejemplo, estaba a punto de desaparecer bajo el apocalipsis de la PAC hasta que se puso a llover, y Andalucía le tomó el relevo a Ucrania y Rusia como almacén de cereales y grasas vegetales del continente. Estas gotas que ven caer hoy valen como monedas de euro. De verdad, no lloren más, vamos a disfrutar un poco de la primavera.
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