La igualdad, por Navidades

¿Y qué pasa si alguien no cree que esa igualdad no sólo no es maravillosa sino que puede ser muy perjudicial?

Sabido es el viejo pensamiento racionalista que, procedente de Sócrates y demás filósofos, digamos, orgánicos occidentales, defiende que la virtud es en sí misma tan atractiva y verdadera que basta conocerla para engancharse a ella, a través de la ecuación intercambiable: virtud es saber y saber es virtud. Lo que, desde el ángulo opuesto, explica la aparición del vicio por la ignorancia y falta de conocimiento. Es por tanto una visión intelectual de la moral y de la ética, identificativa del mundo occidental. Ahí están para demostrarlo los dominantes discursos buenistas que no cesan y se justifican en, que, si el hombre no la interfiriera, la virtud (la igualdad, en este caso) acabaría gobernando el mundo para el bien y felicidad universal. ¡Nadie entre aquí que no defienda la igualdad! ¿Quién se atreve a decir lo contrario? El pensador, que se cierra en lo racional y doctrinal.

Pero los ideales son peligrosos, no lo duden, proclama Rafael del Águila. A muchos les parece, viene a decir, que, si creemos profundamente en algo maravilloso y lo convertimos en actuación política racionalmente exigida, todo irá bien y será maravilloso. Pero claro ¿y qué pasa si alguien en la ciudad no cree que esa igualdad no sólo no es maravillosa sino, muy al contrario, hasta puede ser muy perjudicial? ¿O simplemente la rechaza al grito, que ahora está dominando Europa, de ¡yo no quiero ser igual a ese o a esos!? ¿Y quién ha determinado esa virtud, puede objetar el ciudadano que cada día ahonda más aún en la brecha social con sus comportamientos económicos o empresariales mientras rechaza un mundo común con lo común del mundo? ¡Y que, además, dice, compita conmigo por un mundo único! Porque ¿quién ha dicho, o decidido, que la igualdad es un bien en sí mismo y por qué?

Véase si no el redoblado esfuerzo navideño por la igualdad, por ejemplo, en campañas especialmente bienintencionadas, pero baldías por su inconsistencia, su futilidad teórica, mientras asoma la que puede ser definitiva ruptura de nuestra especie, sobrepasando incluso lo previsto en "1984" o en Huxley ¿Qué pasaría si las nuevas tecnologías genéticas solo estuviesen disponibles para la gente rica? Tendríamos una sociedad que no solo estaría dividida definitivamente por una brecha económica, sino que el acceso a la genética crearía una subclase antropológica, pregunta Siddhartha Mukherjee. O una nueva especie partida.

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