Desconozco si alguien se atrevió a pronosticar lo que ha ocurrido en este país en el último año. Imagino que no. Y, si lo hizo, a buen seguro que se equivocó de lleno. Porque difícil lo va a tener el 2019 si quiere al menos igualar en acontecimientos a 2018, un periodo de tantos cambios que provocan vértigo, con tal cúmulo de hechos que incluso parece que el ejercicio ha tenido muchos más de los 12 meses que marca el calendario. Tan es así, que contarlo todo (o casi) en una columna es prácticamente una tarea imposible.

Pónganse en situación e imagínense a si mismos en la mañana del 30 de diciembre de 2018. Alguien se les sienta al lado y les cuenta, por ejemplo, que Mariano Rajoy dejaría de ser presidente del Gobierno de España merced a una moción de censura, por la cual llegaría a la Moncloa el socialista Pedro Sánchez con los votos de independentistas, nacionalistas, Podemos y partidos como Bildu. Además, esa persona le recuerda que Rajoy dejaría de paso la presidencia del PP, que le sucedería un tal Pablo Casado y que Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría estarían fuera de la vida política. Es más, para más su asombro, también le explica que, al fin y al cabo, Rajoy ha pasado en pocos meses a ser considerado como un hombre moderado en el marco ideológico en el que se sitúa su partido.

Tras un sorbo de café (o de agua) su imaginario contertulio le cuenta que Sánchez ha echado por tierra su ideario para ejercer todo el personalismo posible al frente del Ejecutivo y que no tiene el menor rubor en defender una idea y su contraria si con eso se mantiene en el poder.

A nivel nacional, le vaticinan que en Ciudadanos todavía no tienen muy claro si son centro izquierda, centro derecha, liberales o mediopensionistas, mientras que en Podemos aquello de la casta ha quedado antiguo y su líder Iglesias (casoplón incluido) ha convertido a la formación morada en una organización a su imagen y semejanza. Por no hablar de IU y de su cada día más irrelevante líder federal, Alberto Garzón, empeñado en que la coalición desaparezca mientras ejerce de sujetafolios de Iglesias.

Y mientras, en nuestra Andalucía le detallan que Susana Díaz ha vuelto a fracasar, esta vez en su intento de preservar la presidencia de la Junta, por lo que el PSOE pierde el poder tras cuatro décadas. Además, el próximo responsable del Gobierno andaluz será Juanma Moreno, del que un día antes de las elecciones autonómicas se decía que la duda estaba en si dimitiría la misma noche electoral o esperaría al lunes para presentar -obligado por Casado, eso sí- su renuncia en el PP andaluz.

Pero no acaba ahí la cosa, porque resulta que un partido como Vox se cuela con 12 parlamentarios en la Cámara andaluza y se convierte en la llave del cambio, mientras que la izquierda se rasga las vestiduras por la llegada de la ultraderecha sin reparar en que ya lo hizo hace tiempo de la mano de Puigdemont y su acólito Quim Torra.

¡Quién me lo iba decir!, pensaría usted -y yo también- si alguien le augura todas esas cosas. Al final va a resultar que Alfonso Guerra tenía razón y a este país no lo reconoce ya ni la madre que lo parió.

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