Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
¡Oh, Fabio!
En política hay un viejo truco para tapar la carencia de argumentos: emocionar. Por lo ya visto en las primeras sesiones de la XIV Legislatura se puede intuir que el Congreso se va a convertir en un palenque de llorones sin complejos, adelantados de la nueva virilidad que predican gentes como Octavio Salazar o Pablo Echenique. El primero, ante las lágrimas de Iglesias por la victoria de su facción en el debate de investidura, escribió un edificante tuit: "Es esperanzador empezar a construir como referentes a hombres que en vez de gritar coléricos, lloran". Y uno, con esa manía que tiene de visitar continuamente las sombras del pasado, recordó momentos muy recientes de España en la que se aprobaron leyes fundamentales para nuestra democracia sin que prácticamente ninguna de sus señorías, ni hombre ni mujer, desatascasen sus conductos lagrimales. ¿Por qué? Quizás porque el gimoteo, que puede tener una virtud catárquica en la intimidad, se convierte en pornográfico cuando se usa políticamente. Y eso, no lo duden, es lo que hizo Iglesias, quien no para de abrazar y llorar para erigirse en el nuevo prototipo de hombre sensible y ecofeminista. Podemos ha pasado de la mala digestión de Carl Schmitt (no puede haber otra) a un revuelto de Spinoza con Me Too y autoayuda de varón new age.
Pero más esclarecedor que el de Salazar fue el tuit que perpetró Echenique. Junto a una foto de Pablo Iglesias a moco partido, escribió: "Las lágrimas de la gente normal. De la gente humilde y trabajadora. De los que siempre perdíamos. De los excluidos...". La alusión al château de Galapagar suele ser recurso habitual para esa derechona que cree que la vidorra debe ser privilegio exclusivo de su grey, pero en este caso es legítima. Colocar a Iglesias en el bando de los excluidos es una indecencia, otra más de monsieur Echenique. Si este es el hombre nuevo que predica la izquierda del siglo XXI, preferimos quedarnos con el de toda la vida, aquel prototipo barbudo vestido de verde oliva, fumando puros y pegando tiros en el monte. O con el de El Fary en su disertación sobre los peligros que acechan al machote vallecano.
En esta inflación emocional también colabora la derecha con sus vivas al Rey. Ya lo dijimos el otro día, al monarca hay que dejarlo en paz. Puestos a vitorear, hay otras nobles causas que también son españolísimas, como el vino y las mujeres (o los hombres, según guste). Rajoy lo vio claro en la fiesta de la vendimia de Leiro, en un discurso en el que también deseó a los presentes las virtudes de "la prudencia y la paciencia de quien sabe cuidar y esperar la cosecha". Va por usted, don Mariano: ¡viva el mollate y el discernimiento!
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