
La ciudad y los días
Carlos Colón
Verano de crisis y bombas
La colmena
Probablemente tengamos el presidente más preparado de la España democrática y también el más odiado. En estos momentos, en la semana del caso Koldo que hemos visto transmutar en caso Ábalos y ahora hace temblar los cimientos del PSOE (no solo la cúpula) como caso Santos Cerdán, el rechazo que desata Pedro Sánchez puede que supere al del José María Aznar de la infame foto de las Azores.
Yo también estoy enfadada con Pedro Sánchez. No por el destino de quienes corrompen y de quienes se dejan corromper (que caiga implacable todo el peso de la justicia) sino porque cada vez cuesta más defender que “no todos son iguales” (este lunes no había televisión que no documentara el paralelismo con la Gürtel del PP; mismas empresas, mismo modus operandi) y resulta más difícil aún no caer en la tentación de la sospecha. Quién se ha hecho una foto con Ábalos, quién ha estado en su despacho, quién ha negociado una obra pública. Y con los Koldos y los Toños de turno. Me refiero a las conexiones territoriales de la trama. Debería escribir “supuesta” pero empieza a parecer una ridiculez después de escuchar las grabaciones de las conversaciones, leer el informe de la UCO y saber que habrá más.
Yo también estoy decepcionada con Pedro Sánchez. Casi dan ganas de darle la razón a ese verso libre del PP que sigue siendo Esperanza Aguirre cuando anima a su partido a ser valientes y plantear la moción de censura. Eso sí, con el compromiso de convocar elecciones al minuto siguiente de firmarla ante el Rey. ¿Saldrían así las cuentas?
La otra opción reivindicativa, la cuestión de confianza, podría parecer una hoja de ruta de asunción de responsabilidades y recorrido más democrático si no pensáramos en el día después. ¿Otra vez vamos a dejar que termine decidiendo Puigdemont?
Pero voy a hacer un esfuerzo por ser coherente. A mí Pedro Sánchez me cabrea, como a todos, pero no me da vergüenza. No como dio la semana pasada a media Europa el líder de Vox, Santiago Abascal, cuando hacía como que hablaba (pisoteaba) el francés. Ni Marine Le Pen pudo contener el bochorno. Tampoco me dio vergüenza este lunes cuando compareció (por fin) ante los medios sin escudarse en una declaración institucional sin preguntas. ¿Como gato panza arriba? Sí, pero ni víctima ni acorralado. Al menos de momento.
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