La inesperada pérdida del poder sufrida como consecuencia de la moción de censura presentada por el tenaz y, ahora lo hemos comprobado, audaz Pedro Sánchez ha supuesto para el Partido Popular una inevitable conmoción pero, al tiempo, ha abierto un escenario novedoso en el que la militancia podrá al fin participar en la designación un nuevo líder. Pese a haber sido motivada por una discutible operación apoyada por extraños compañeros de viaje, la oportunidad de regeneración y renovación que ese proceso brinda al PP es extraordinaria y sería lamentable que se malograse. Es más evidente que nunca la necesidad de un partido de centro derecha fuerte y sólido y libre de servidumbres con el pasado: ese partido no parece poder ser otro que el popular, evidenciado el carácter gaseoso, un punto oportunista y, al menos a día de hoy, manifiestamente inconsistente de la presunta alternativa naranja.

En este apresurado proceso de apenas una semana hay quien desde la deslealtad más absoluta se ha ofrecido para liderar la reconstrucción del centro derecha (sería una propuesta simplemente risible que alguien como Aznar, cuyo descontrol e incompetencia en la lucha contra la corrupción nos ha traído a este punto, se postule para ello si no moviese a una cierta preocupación el padecimiento de una patalogía social que le ha provocado una total desconexión con la realidad y la negación del hecho evidente de ser un sujeto detestado por la gran mayoría de quienes fuimos sus votantes) y quien pretende hacernos creer que resulta imprescindible una candidatura única para evitar el desgarro y el riesgo de división, afirmación tan falsa como interesada.

El PP no sólo no debe temer sino que debe alentar un proceso abierto de elección de presidente, con confrontación de ideas y personas. Lo contrario resultaría muy satisfactorio para cuanto hoy el electorado quiere castigar y para quienes desde el control orgánico pretenden conservar sus pequeñas o grandes parcelas de poder poniéndolas de modo envenenado al servicio del natural sucesor no para evitar la división sino para mantener el statu quo, la influencia y el cargo. Y resultaría muy frustrante para quienes esperan un revulsivo y un imprescindible cambio en la estructura, las personas y el discurso.

Tengo claro hace tiempo que Alberto Núñez Feijoo es el candidato ideal para ser el nuevo líder del PP y el futuro presidente del gobierno, pero también que su elección debe ser el fruto de la decisión de los militantes y no del cabildeo, que no debe aceptar esos apoyos condicionados y que debe presentarse con un equipo propio y renovado. Una elección por la militancia no sólo le legitimaría ante el electorado sino que le dotaría de la libertad que necesita para, en una época nueva, ejecutar la ingrata pero necesaria tarea de mantener a unos y prescindir de otros y para ejercer un liderazgo fuerte y renovado.

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