¿Una filosofía paliativa? (y II)

Sorprende la charlatanería impropia que utilizan significados personajes para salvar su imagen

A la filosofía la especie humana, desde el principio, le ha venido pidiendo ayuda. Los hombres, los seres humanos, tan precarios, tan "efímeros", de siempre hemos creído que este saber de tan elevado rango nos podía echar una mano a la hora de aclarar en lo posible lo que un filósofo europeo definía en un interesante libro como el puesto del hombre en el cosmos. Y esto se ha hecho, especialmente, en los momentos duros de la historia, cuando casi todo en lo que se creía y en como se vivía, se venía abajo. La caída del imperio romano, al aparecer como dominación pueblos con mentalidades, costumbres, formas de vida y creencias tan diferentes, puede ser un ejemplo. Es sobre todo en esos momentos cuando se solicita ayuda a la filosofía y se formulan doctrinas que tratan de paliar la angustia de quienes viven en esos momentos.

Precisamente una de las demandas que se le hacen, y que ya viene de muy antiguo, se podría resumir en que, como se decía entonces, "salve a la ciudad". Salvar la ciudad, (la comunidad, el Estado, la vida en sociedad…) significa aportar un conjunto de ideas y de principios que, tomados en serio y aplicados con rigor, faciliten la convivencia de todos los ciudadanos, cualesquiera sean las ideas y los estilos que practiquen. Porque la ciudadanía, ser ciudadano, es una cualidad simple y elemental para la que se requiere como único requisito, sugería Aristóteles, "participar en la administración de justicia y en el gobierno", es decir, ser activo dentro de la multitud de formas de participación. Hablamos, por supuesto, de una democracia real y al alcance de todos.

Pero esta condición de democracia y, por consiguiente, de ciudadanos, exige un grupo de ideas, de una filosofía, como dice Manuel Cruz, "al alcance de todos y que no puede ser mera pirotecnia". La filosofía, y las normas derivadas de esta, han de ser consistentes y, además, asumidas e interpretadas con el mayor rigor y autenticidad. De otra manera todo puede acabar en el caos y en la plena confrontación de unos contra otros. Por eso sorprende tanto la charlatanería impropia con que determinados y significados personajes, con alevosía y para salvar su imagen, descalifican globalmente el sistema, y las normas derivadas que rigen nuestra vida en común. ¿Una filosofía paliativa?, por supuesto pero en serio. Y es que, como dice Sancho muy certeramente, donde no hay tocinos, no hay estacas.

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