Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Las familias

En un contexto marcado por la exclusión, los perros son a menudo el último clavo ardiendo de la vida en familia

Cuenta Homero en su Odisea que el primero (y, durante bastante tiempo, el único) que reconoció a Ulises tras su agónico regreso a Ítaca fue su perro, Argos. Incurre con ello el aedo en una graciosa paradoja temporal, ya que, para que ello hubiera sido posible, el chucho tendría que haber vivido más de veinte años; pero solventa la coyuntura, o al menos la da por buena, con una conmovedora aportación: en el momento en que el viejo Argos reconoce a su amo, muere allí mismo, a las puertas de la casa, como signo de culminación y de aspiración cumplida. He encontrado en las redes durante los últimos días ciertas polémicas a tenor de un comentario viral en el que alguien afirmaba que quien considera a un perro (o a una mascota, no conozco los términos exactos) como miembro de la familia está delatando poco menos que una tara intelectual. No han faltado, a modo de réplicas, cientos de historias reales, algunas muy conocidas, de perros que han sido leales a sus amos más allá incluso de la muerte de los susodichos. De entrada, llama particularmente la atención el escaso sentido de la oportunidad que entraña emitir tal mensaje en un momento en que, de nuevo, y muy a pesar de la pandemia, tanta gente abandona sin reparo a sus mascotas porque no ha entendido hasta qué punto un perro es parte de la familia.

Pero hay algo que llama todavía más la atención. Cuando creíamos haber asimilado la coexistencia de diversos modelos familiares, no falta quien, catecismo en mano, viene a pontificar sobre qué es una familia y qué no lo es. Pero igual cabe afirmar que una familia es una comunidad en cuyo seno todos sus miembros se sienten protegidos, queridos y respetados. Si uno de los convivientes mantiene atemorizados al resto, o a uno solo, o si recurre al abuso y la humillación como forma de dirigirse a los demás, ahí no hay familia que valga, y ya pueden decir lo que quieran jueces y curas. Desde esta premisa, resulta que hay muchas personas, cada vez más y de la más diversa condición, empujadas a la soledad por muy distintas razones, tanto económicas como afectivas; y que, en ese trago, son bastante más de cuatro los que encuentran en perros y otras mascotas el afecto que se les niega de otra manera e, incluso, la vía para comenzar a recibir el afecto de otras personas. En un contexto socioeconómico marcado por la exclusión, los perros son a menudo el último clavo ardiendo de la vida en familia.

Recomiendo la lectura de la última novela de Rodrigo Blanco Calderón, Simpatía, que aborda éstas y otras muchas cosas. Y dejen a los demás tener la familia que quieran.

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