
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Telonazos al mamarracho
No sé si la sensación que yo tengo es compartida o no. Sospecho que un poco sí. Enero se hace desesperantemente largo. Tiene treinta y un días como los otros cinco meses con que comparte extensión, pero comienza, en verdad, un poquito después, cuando terminan los Reyes, que son además fin de fiesta. Igual que diciembre se acorta por el final, cuando la Navidad empieza, enero se trastea sin su primera semana larga. O sea, en realidad, el enero útil es incluso más corto que febrero, pero, se hace eterno. Al menos a mí.
Diciembre termina en plan locura. No solo son las fiestas, es el cierre del año natural, la voluntad de acabar con las cosas que nos han ido ocupando para pasar de cifra lo más vacío posible. En cierta manera, muchas veces, parece que no fuera a acabarse el año, sino el mundo. No se me escapa que profesional y económicamente el cierre del año tiene implicaciones intensas y que, también en ocasiones, presentar un acabado pulidito tiene sus ventajas (aunque tenga casi siempre su miga). Enero, como se llega un poco arrebatado de ese esfuerzo final y del periplo festivo (esto último, pase lo que pase, entra como de rondón, y de un nivel alto de obligación y devoción se hunde de repente en un valle de nadería y aburrimiento. Es un mes tonto. Y, para colmo, es frío. Es gris. Es triste. Y dura la intemerata.
La cuesta de enero no es solo un Everest para hacer el pino con las orejas estirando el jornal debilitado. Es la cordillera del Himalaya entera si le sumas lo pesadísimos que se hacen los días en la primera hoja del calendario. Con las ganas que se agarra el año nuevo el día del champán, las pocas que van quedando tan solo a mitad de mes y lo lejos que se ve, todos sus días, el final de la puñetera hoja.
Digo esto de enero aquí donde lo sufro y lo escribo. En otras partes del mundo enero tiene que ser la caña, porque es el mes más central del verano y viene, en eso es igual, después de la fiesta grande (tendré que preguntar si agosto es el mes chungo por allá), pero por estos lares, de verdad que siento que es un poco la muerte a pellizcos.
Lo bueno es que se acaba. Y ya está fuera y terminado. Hoy es el primer lunes de febrero. Eso, en sí mismo, no es bueno ni malo. Pero como ya no es enero, no es peor. Se nota que sangro por la herida porque es la vez cincuenta (de todas no he sido consciente, hay que confesarlo) que lo volteo. No tengo idea de si con éxito, porque como la tensión del mes de marras es tan anodina, no tengo ni un criterio medio qué para determinarlo. Acabado y chimpún: a otra cosa. Como lo que no merece la pena.
Cualquiera puede pensar que lo de hoy, con la que está cayendo en el país y en el mundo, es de traca. Yo también. Lo del país y el mundo es de traca. Por eso hablo del horrible mes enterrado, para no deprimirme con la realidad de que en febrero todos siguen. Me engaño.
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