
Monticello
Víctor J. Vázquez
Foto de niño muerto de hambre
Quizás
Llegué a la cita esquivando a transeúntes que caminaban mirando las pantallas de sus móviles, en vez de fijarse en que la primavera ya había llegado y la ciudad parecía haber rejuvenecido. Había quedado con un viejo amigo con quien coincidí en aventuras profesionales hacía ya casi tres décadas. Desde entonces no había vuelto a saber nada de él, salvo que, tras una trayectoria extraordinaria, estaba considerado como uno de los mejores profesionales a nivel mundial del sector para el que trabajaba. Cuando llegó lo vi como si el tiempo no hubiera pasado por él, pese a que lo primero que hizo fue enseñarme embelesado las fotografías de sus nietos, que habían heredado el rostro inquieto e inteligente de su abuelo. Comenzamos a hablar. Le dije que yo estaba en la línea de salida; y que en breve me jubilaría, aunque esa perspectiva me tenía asustado, puesto que trabajar es todo lo que había hecho en mi vida y era lo único que sabía hacer. Me contó que tenía un hijo autista y que, gracias a él, se había convertido en mejor persona.
Lo que vino a continuación me emocionó. Aquel “número 1”, con palabras sencillas y el corazón en la mano, sin atisbo alguno de falsedad y con fe en lo que decía, me dijo “que sólo quería trabajar en cosas que mejoraran la vida de la gente, ahora que el mundo estaba en malas manos”. Su siguiente proyecto iba a consistir en adaptar un libro maravilloso al cine con el autismo como tema principal. En una época en que los relatos que contamos, o son comics de videojuegos a base de efectos especiales, o dramas pesimistas en los que hundir nuestras depresiones; él quería infundir ilusión y esperanza a base de historias que alegren los corazones y nos hagan creer que un mundo mejor es posible. Los autistas no son enfermos, sino personas geniales y diferentes, que habitan un mundo propio en el que muchas veces los dejamos solos, cuando si los acompañamos podemos descubrir ideas y comportamientos maravillosos capaces de agrandar nuestro universo . Mi amigo lo sabía y lo hacía. Al escucharle comprendí que los que carecen de objetivos más allá de lo que las pantallas les van comunicando que tienen que hacer en cada momento, son quienes tienen una enfermedad neurológica grave y han puesto su futuro en manos de los algoritmos; pero aquellos que aman y conservan su inocencia intacta e inmune a cualquier maldad, nunca podrán ser sustituidos por la IA, ya que no son seres diferentes, sino únicos.
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