Confabulario
Manuel Gregorio González
R etrocediendo
Paisaje urbano
Las noticias conocidas esta semana en relación con la revelación ilegal de detalles del procedimiento incoado por la Agencia Tributaria contra la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid, con origen en el Fiscal General del Estado (desde luego, cuánta verdad en aquello de que “la cara es el espejo del alma”) en colaboración con una jefa de gabinete del jefe del Gabinete (así, no es un error) del presidente del Gobierno. A diferencia de otras apropiaciones descaradas de las instituciones en favor del Gobierno (lo del numerito de Broncano en la televisión de todos a cuenta del motorista no da ya ni para un suelto), aquí la UCO y el Tribunal Supremo parece que no han tardado en orientarse, y todo apunta a que en pocas fechas habrá novedades en forma de ceses.
El primero, el del líder de la oposición en la cámara madrileña, posiblemente uno de los pocos políticos socialistas a los que todavía se puede escuchar sin que te entren ganas de apagar la radio. Pero merecido se lo tiene, como tantos otros que, sabiendo lo que hay y asistiendo a ese tormento diario de trucos y engaños con el único fin de mantener al Gobierno en el poder aun sin gobernar, no es que sigan en sus puestos sin rechistar, es que ni siquiera son capaces de alzar la voz en los órganos de decisión del Partido, que para eso están. Cuando aquella noche Juan Lobato recibió la llamada de la jefa de gabinete del jefe del Gabinete (¡más impuestos!, salta la otra), sabedor como técnico que es de la flagrante ilegalidad que se estaba cometiendo, el sitio idóneo donde ir no era la notaría, sino su casa, que es donde va a estar más temprano que tarde nada más enseñe al juez sus famosos mensajes con la susodicha.
Es el propio funcionamiento de los partidos políticos y la eliminación progresiva del derecho legítimo a la controversia interna potenciando los liderazgos sin oposición, una de las principales fallas de nuestro sistema, que azuza además un clima irrespirable de polarización que aleja cualquier intento de colaboración con el adversario, convertido siempre en enemigo. Cuando la verdad y la decencia se valoran menos que el deseo de impedir la normal gobernabilidad en el ejercicio democrático del poder (que no otra cosa sucedió el malhadado 23-J) puede pasar cualquier cosa. Como que desde Moncloa se utilice a la Fiscalía para intentar destruir la carrera política de una mujer que, a diferencia de ellos, sí ganó, y por goleada, las elecciones.
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