Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La conjetura tramposa

La última variedad mutante del machista negacionista la hemos visto personificada en Carlos Mazón

La novela El señor de las moscas (1954) no es un canto a la bondad humana; de hecho, trata de la maldad que pueden albergar los humanos de cualquier edad. En la obra de William Golding, tras un accidente aéreo en que un pasaje de niños se queda solo en una isla desierta, la iniquidad se va imponiendo de forma inexorable; la organización civilizada se va viendo doblegada por los instintos brutales y el abatimiento de normas va de la mano del ansia de poder y de la muerte. La lacra del acoso infantil, demasiado silente y generadora de sufrimientos presentes y futuros e indelebles, sean estos propios (del maltratado en el colegio o en internet), sean ajenos (el mal que pueda infligir a otros el propio maltratado con el tiempo) es un ejemplo doloroso de la cara oscura de la naturaleza de las criaturas de un Creador que ni está ni se lo espera. También hay padres incomprensibles y abstinentes, y hasta canallas, gente que llega a enorgullecerse de que sus pequeños maltraten. Ya que el mal es parte de nosotros, no queda sino prevenirlo y, cuando esto no funciona, castigarlo. Y proteger a la víctima. Pasa igual con el creciente fenómeno de las violaciones en manada. Que son casi sin excepción cosa de grupos de chavales varones, mayores o menores de edad contra mujeres o niñas, a veces sin miramientos de una discapacidad de la víctima, y hasta con ese demoniaco acicate.

Hay quien negará que la violación es cosa masculina (qué innecesario es puntualizar que “sólo algunos hombres”… pero demasiados), como las puñaladas a la pareja y las órdenes de alejamiento. La última variedad mutante del machista negacionista –que es por lo general un militante obcecado— la hemos visto personificada en presidente de la C.A. de Valencia, Carlos Mazón (del PP, socio allí de Vox), que ha rizado el rizo al interpretar una violación grupal de menores a una niña discapacitada en Crevillent como un caso de efecto llamada de la Ley del sólo sí es sí. Esta reveladora conjetura –revela absoluta carencia de compasión y erre que erre frentista– aduce que bien pudiera ser que la reducción de meses o un año de las condenas por violación mueve a esas pequeñas hienas a llevarse a una menor desvalida a una caseta abandonada y lastimarla con la misma falta de humanidad que una alimaña (que, como buena alimaña, de humana no tiene nada). No conviene terminar sin recordar que los presupuestos de prevención, reinserción y –sobre todo– apoyo duradero a las víctimas y familias afectadas por esos daños no pueden seguir menguando, como en Madrid, sino al contrario. Eso es mucho más importante que la investidura.

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