‘Compae’

Volver a Rute es volver a casa. En mi imaginario particular, incluso ahora, veinticinco años después, es como si aquel tiempo que disfruté, tan feliz y del que tanto aprendí, no se hubiera ido nunca y me esperase a la vuelta de la esquina: no se estropea. Reencontrarme con los abrazos de Nicomedes, de Antoñín, de Kisco, de Fernando, de Pepe, de Manolo, de Loli, de José María, de tantas y tantos amigos, vuelca cualquier grisura en color a poco que lo respires. Y, luego, claro, a lo que vamos: resulta que mi compae se casó.

Obviedades: se casó contra alguien. Isabel no sabe muy bien qué ha hecho, pero, en fin, la libertad es lo que tiene. Fuera de aviso, aunque la conozca de hace mucho, la he tratado casi exclusivamente en un plano que me ocupó, pero que no nos define. En el debe del futuro, me impongo la tarea de remediarlo, chula. Al otro sí que lo conozco bien y, aunque la vida nos regaló, la muy perra, tareas en ese negociado, en realidad, eso con mi compae me ha importado siempre un reverendo carajo. De hecho, cuanto más implicado estuvo él en ese rollo, una sola vez en ocho años compartimos seriamente impresiones (fue en el sitio más correcto: en el cuarto de baño de su despacho, con una copichuela de anís).

Podría glosar mucho lo bueno de Antonio, de mi compae, pero no tendría demasiado sentido aquí, que luego se sabe todo. Sí diré, igual que dije allí, que es, los dos son, de una sola pieza. A veces gusta y a veces menos. Espera poco de casi todo, pero eso no le limita para no hacerse esperar. Es un tío tranquilo, es paciente, tiene perspectiva y persevera. La horchata es más inquieta. Pero es de una pieza. Lo que ves es lo que hay. Ni más mi menos. Y por fortuna, hay un chorro. Y yo lo he tenido siempre.

La niñita preciosa que correteó en mi boda, hoy una mujer espléndida, fue mucho más interesante. Su Lucía le dijo a su papá, y nos elevó a todos, que mi compae enseña mucho lo único importante: vivir aquí y ahora. El tío tranquilo. Mi compae. ¡Qué suerte, Antonio! ¡Y qué triunfo!