Tribuna de opinión

Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

El centro de la Navidad es Jesucristo

Navidad es fiesta de solidaridad, no una solidaridad superficial

El centro de la Navidad es Jesucristo.

El centro de la Navidad es Jesucristo. / Rosell

En Navidad hemos de abrir de par en par el corazón para que entre Jesucristo, limpie nuestro corazón y nos restaure. Celebramos Navidad para acercarnos al Niño de Belén y adorarlo con todo nuestro ser. Se trata de una de las fiestas más importantes del calendario cristiano, que ha impregnado el tejido social y las costumbres de nuestros ambientes.

El que nace Niño en Belén es el Hijo eterno del Padre, que se ha hecho verdadero hombre en el seno de María Virgen. Y viene para hacernos hijos de Dios, para hacernos hermanos unos de otros, viene para traernos la paz con perdón abundante para nuestras vidas redimidas. Todo ello es motivo de gran alegría, y por eso hacemos fiesta.

Navidad es la fiesta de la solidaridad de unos con otros. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22) y ha establecido lazos de unión de unos con otros. Es más fuerte lo que nos une con cada persona, que lo que pudiera separarnos. Jesucristo ha compartido con nosotros su vida divina, en actitud de humildad y servicio al hacerse hombre, para que nosotros prolonguemos ese amor fraterno, cuidando especialmente de los más necesitados. Navidad es fiesta de solidaridad, no una solidaridad superficial, sino la que brota de nuestra más profunda unión con Cristo.

El nacimiento de Jesucristo hace más de dos mil años llena toda la tierra, ha empapado la cultura y las costumbres del mundo entero, ha llenado de luz nuestras calles y plazas, ha convertido estos días de fiesta en días de encuentro familiar y festivo.

Realmente, Navidad suena y resuena en el corazón de todos los habitantes de la tierra como algo festivo y gozoso, como una invitación a la paz en las relaciones humanas. Se trata de un acontecimiento cristiano que influye notablemente en el diario vivir de todos los habitantes del planeta. Mucho más incluso que los días, también santos, de la semana santa y de los misterios que entonces celebramos.

El misterio que celebramos establece esa solidaridad humana irrompible. Todos los desheredados de la tierra encuentran en este misterio la recuperación de su propia dignidad perdida, o por culpa propia o por culpa de los demás. Los pecadores encuentran en este misterio el acercamiento de Dios que los llama a la amistad y a la filiación divina. Los que padecen la injusticia de los demás, que han pisoteado su dignidad por caminos de violencia, de abuso, de atropello de sus derechos encuentran en este misterio de la Navidad quien viene a devolverles lo perdido y mucho más. Comulgar con Jesucristo nos lleva a comulgar con los más pobres de nuestro entorno y de la tierra.

El centro de la Navidad es Jesucristo. El misterio que celebramos sigue siendo asombroso: Dios Padre envía a su Hijo para compartir nuestra existencia y elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. La Navidad es el acercamiento de Dios en su Hijo para elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. El Niño que nace es Dios, hijo eterno del Padre en la eternidad, que se hace hombre como nosotros en el tiempo, tocando nuestra realidad humana en todos sus aspectos, excepto en el pecado.

Dios como su Padre, se ha hecho hombre como nosotros para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios, podamos participar de su filiación divina y lleguemos así a la plenitud del gozo que nos tiene preparado. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1Co 2,9). Leer y meditar los textos litúrgicos de Navidad nos da alimento abundante para nuestra vida cristiana.

Nos detenemos estos días a contemplar este Niño, que es Dios y que es Hombre, dos naturalezas unidas en la única persona del Verbo. Suscita en nosotros una fascinación irresistible. Se trata de una luz potentísima, que ilumina las tinieblas de la historia humana, de nuestra propia vida, y es un anticipo de la luz eterna que deslumbrará nuestros ojos y nos llenará el corazón de alegría.

Este misterio tan hondo se ha realizado y continua realizándose en el silencio de la noche, en la humildad de un establo, en una profunda solidaridad con todos los humanos y con la creación entera. Es un misterio para contemplar largamente. En Navidad, más que ruido necesitamos silencio para entrar a fondo en lo que celebramos y contemplamos.

Demetrio Fernández, obispo de Córdoba. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.

Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.

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