El capitán abandona el barco

No resulta extraño que los responsables abandonen la nave, pasa siempre en los conflictos sociales

Hay situaciones que uno no acaba de comprender. Educado en un pensamiento lógico y buscador de un cierto equilibrio en la forma de actuar a lo largo de la vida, resulta que se termina siendo lo que los jóvenes llaman un friki o lo que antes se llamaba un carca. Lo cierto es que con el tiempo nos vamos despegando cada día más del mundo que nos rodea, como si nos fuésemos despidiendo poco a poco, de forma escalonada y casi sin darnos cuenta.

Cuando la gran mayoría de personas está preocupada por la evolución de la pandemia, por ese goteo continuo que ya se ha convertido en chorreón de casos y muertes que no cesan, comprobamos estupefactos que las compañías de vuelos internacionales hacen campañas con ofertas a precios increíbles para viajar a países que tienen sus fronteras cerradas, sin que esté claro hasta cuándo se alargarán las prohibiciones. Da la impresión de que ya saben las fechas finales de la pandemia o, en caso contrario, juegan al tocomocho, porque luego no devuelven el dinero. Lo mismo ocurre con la oferta hotelera. Hay hoteles que han cerrado, indudablemente, pero las grandes cadenas siguen expandiéndose, aprovechando la oportunidad e invirtiendo en la construcción y reforma de nuevos hoteles. No parecen tenerle miedo al futuro, al contrario que el resto de los mortales, como si ya tuviesen información privilegiada sobre tiempos y fechas de caducidad.

Y en medio del desconcierto, el capitán abandona el barco. No nos resulta extraño que los responsables abandonen la nave, pasa siempre en las revoluciones y los conflictos sociales, como ha quedado claro a lo largo de la Historia, pero se pide al menos un poco de decoro en la forma de hacerlo. Sirva de consuelo pensar que da igual, que al final un ministro, un presidente de Gobierno, un jefe de oposición o un simple parlamentario no actúa más que como un autómata que hace lo que le dictan y se comporta como un busto parlante, de forma similar a los presentadores de los telediarios que leen lo que les ponen por delante. Algunos se conforman con afirmar que se trata de una persona educada. Faltaría más. Aunque para educación, como refería don Ramón Carande en su Galería de raros, la de esos señores con boina, traje de pana y camisa blanca impoluta con botón del cuello abrochado y sin corbata, que poblaban la geografía española. Esos sí que eran educados y discretos, pero ya no quedan.

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