¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El cabezón y el discurso del Rey

Iglesias sabe que el discurso, aunque normalmente aburrido, es un lazo emocional entre los ciudadanos y el Rey

Antes que nada: de mis labios nunca salieron palabras como chiqui o miarma, a no ser que fuera en algún ejercicio autoparódico del bajoandaluz. Tampoco las usó mi abuela, quien hablaba mucho mejor que yo. Sí, en cambio, presumo de un seseo canarioandaluz, de un español adormecido, que diría don Manuel Alvar, que mi fantasía emparenta con los latines de la Bética, el árabe de los Omeya y el portugués de los navegantes. Sea como fuere, lo prefiero a algunas modalidades fonéticas del castellano pijo-salmantino, los ladridos de herriko-taberna o el espanyol nasal cuatribarrado. Simplemente cuestión de gustos, nada más. Y dicho esto, al toro:

El vicepresidente Iglesias parece dispuesto a no dar tregua navideña, como es caballeresca y antigua costumbre, en el debate monarquía-república. Tanta es su acometividad que ha convertido el discurso de Felipe VI en un asunto central de la política española. Al parecer, el gran problema del país no es la dudosa gestión del coronavirus por los gobiernos central y autonómicos, ni la crisis social, ni los ataques a la libertad de educación o la entronización de los herederos de ETA, sino las palabras alentadoras, como manda el espíritu de estas fechas, que su Majestad dirige a los españoles en Nochebuena.

Hasta hace poco la alocución del Rey solía ser, como todas las liturgias, un bonito aburrimiento, cuya principal gracia era escuchar el tronante himno de España -más marcha de granaderos que nunca-, admirar el Nacimiento barroco familiar y retorcer el análisis con alguna palabra o foto… poco más. Muchas veces, a los periodistas no nos daba ni para un titular y había que tirar de las críticas de los nacionalistas, que nunca defraudan. Pero, desde hace poco, ha ido aumentando la presión en torno a este acontecimiento, conscientes los enemigos de la Monarquía de que es un acto que une emocionalmente a los ciudadanos con el soberano. Este año, la tensión está llegando a su máximo con un acosador Pablo Iglesias que ya ha condenado las palabras del Rey antes de pronunciarse y que, cabezón al fin y al cabo, no va a cejar en sus proclamas republicanas ni el día de Reyes Magos. Cualquier cosa menos hablar de su inmensa responsabilidad en la triste situación en que se encuentra España.

El 24 me sentaré delante del TV a escuchar al Rey. A mis pies estará mi allegado Pinto, que como buen bretón emparentado con los perros de los Chateaubriand es monárquico legitimista de los Borbón, aunque sus ladridos, por nacimiento, tienen un deje de Utrera. Y ya comentaré lo que allí acontezca.

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