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Actuar conforme a nuestras convicciones morales o éticas y ser consecuentes en cada uno de nuestros actos no siempre es posible y en caso de hacerlo los resultados son impredecibles, más cuando se trata de personajes públicos con un alto grado de responsabilidad ante la sociedad. Estos días asistimos al desarrollo de dos ejemplos contrapuestos.
En su reciente visita a Bélgica, el papa Francisco se comprometió a impulsar la beatificación de Balduino, el rey de aquel país que murió en el verano de 1993 en Villa Astrida, su residencia de Motril. Tanto él como su esposa, la aristócrata española Fabiola de Mora y Aragón, practicaban el catolicismo casi a ultranza. La principal muestra de ello fue el episodio que el pontífice ha querido destacar como una auténtica hazaña. En 1990, el monarca belga llegó a renunciar al trono durante 36 horas para no tener que sancionar una ley que despenalizaba el aborto en determinados supuestos.
El Papa concedió a Balduino la categoría de héroe del catolicismo por oponerse de este modo a una ley “asesina”, a pesar de haber salido de los órganos democráticos de aquel país y ser un reflejo de la soberanía nacional. Podría haber elegido otros méritos de Balduino, un rey muy llorado, a diferencia de su padre, que tuvo que abdicar por su papel próximo al nazismo. Pero Francisco prefirió elevarlo a los altares por una de sus decisiones más controvertidas, la de dejar de lado su responsabilidad constitucional por convicciones religiosas. Y como nada es casual, aprovechó el pontífice para pedir que cundiera el ejemplo en este tiempo en el que se elaboran “leyes criminales”.
La Historia ha pasado a Balduino una factura muy generosa y está por ver qué ocurrirá con el siguiente ejemplo, pero por el momento António Guterres, el secretario general de la ONU, sólo ha conseguido ser declarado persona non grata por parte del Estado de Israel, que además cuenta con el apoyo incondicional de la presunta primera potencia mundial, Estados Unidos. En su papel al frente de una organización cada vez más decorativa, pero creada para hacer valer el derecho internacional, el portugués renuncia a la realpolitik de otros estados que no quieren enfrentarse a Netanyahu. Fue claro al pedir el alto el fuego y el respeto por la soberanía del Líbano. Ahora tiene prohibido poner un pie en Israel y, mientras, las bombas siguen cayendo sobre miles de personas en una zona donde abundan las verdaderas políticas criminales.
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