El anillo de Giges

Nadie es justo por su propia voluntad sino únicamente a la fuerza y por presión

Cuenta el filósofo griego Platón en su libro La República una historia fabulosa: un antepasado del rey de Lidia, Giges era un simple pastor que un día, mientras cuidaba de sus ganados, presenció un acontecimiento que le dejo sobrecogido: sobrevino un terremoto que produjo un abismo delante de donde estaba. Asustado pero decidido, descendió por el precipicio y halló un cadáver de hombre que no tenía nada, excepto un anillo de oro en la mano. Reunidos luego los pastores en asamblea a fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los rebaños, nuestro protagonista se presentó con el anillo en la mano y sucedió que, sin darse cuenta, volvió la piedra de la sortija hacia el interior de la mano quedando oculto ante la vista de los demás que comenzaron a hablar de él como si estuviese ausente. Admirado por lo que acababa de ocurrir, tocó de nuevo la sortija y volvió hacia fuera la piedra con lo que se hizo visible. Y así, cada vez que volvía la piedra hacia dentro se hacía invisible y si la dirigía hacia fuera visible. Convencido entonces del poder de la sortija, trató de ser incluido entre los que viajaran hasta el rey y, una vez allí, aprovechándose de su nuevo poder, sedujo a la reina y se valió de ella para matar al rey y apoderarse del reino.

La historia, que luego ha sido tratada en muchas obras literarias y filosóficas a través de la historia, viene a plantear un tema muy comprometido acerca de la conducta humana. Si existiesen, sigue diciendo Platón a través de un personaje de su libro, dos anillos como ese y uno se entregara a un hombre bueno y otro a uno malo, ¿podríamos seguir hablando, después de un tiempo, de uno justo y de otro injusto o ambos, viéndose con ese poder de no ser nunca descubiertos, hubieran seguido el mismo camino? La opinión del interlocutor platónico es que ambos se comportarían de igual modo, lo que significaría que nadie es justo por su propia voluntad sino únicamente a la fuerza y por presión.

Dice F. Savater que al Estado le trae sin cuidado si cuando cumplimos una norma de tráfico lo hacemos por miedo a una sanción o por nuestro convencimiento del bien común, que lo que le importa es que nos atengamos a lo preceptuado porque una cosa es lo legal y otra lo moral. Precisamente la confusión de ambas ha sido motivo a lo largo de la historia de un montón de conflictos y de mucha sangre, mucho horror y mucho sufrimiento.

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