Tribuna de opinión

Juan Luis Selma

El amor no hace mal

Si queremos crecer en el amor y así ser felices, aprendamos a hacer el bien, busquemos el bien de los que amamos, corrijamos lo que no va

Una pareja en un parque.

Una pareja en un parque. / Chema Moya / Efe

Aunque parezca mentira, nadie ha escrito cosas tan bonitas sobre el amor como Pablo de Tarso. “El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor”. Un amor que no busca el bien, y solo el bien, no es amor, es otra cosa: egoísmo, sentimiento, humo. También nos dice: “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad nunca acaba”.

He visto en algunos taxis de la ciudad el siguiente eslogan: “El que ama no mata”. Hace referencia a la llamada violencia de género, expresión que no me convence, ya que toda violencia es mala. Cuando tenemos un problema tan acuciante como es el desamor, cuando se rompen tantas familias, cuando hay abusos, también sexuales, en el ámbito familiar, cuando se manipulan impunemente las conciencias, cuando hay tanta soledad… debemos pararnos y hacer examen. No podemos mirar a otro lado cuando está en juego el amor.

No hay nada más triste y peligroso que equivocar el amor. Es frecuente pensar que es un sentimiento. Según la Real Academia Española, el amor es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Así, se puede entender que es algo para mí; que su origen y fin soy yo, que depende de mis necesidades y afectos. Así sería un sentimiento voluble, que incluso puede advenir en todo lo contrario: en odio.

El amor, como todo lo grande, no es obra nuestra; viene de arriba, es un regalo, un don. Volviendo a san Pablo: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Y, quizás, su mayor expresión es el bien, el bien perdurable: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, nos sigue enseñando el de Tarso. Quien ama procura lo mejor al amado, no le daña.

En la misa de hoy escuchamos la recomendación del Apóstol de las Gentes: “A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo”. Amor como gran bien. Según esto, si amamos de verdad, nunca haremos daño, no obraremos el mal. Cosa imposible de lograr con nuestras solas fuerzas. Es imposible amar al margen de Dios, que es la fuente del Amor.

La fragilidad del corazón viene del egoísmo, del encerramiento en uno mismo. Cuando no nos abrimos a lo grande y hermoso, al bien y a su autor, languidece nuestra capacidad de querer. Buscaremos nuestra satisfacción, olvidando el bien del otro. Llegamos a la perversión de lo más grande. Nuestras manos ya no serán capaces de acariciar, de hacer el bien: serán dañinas; y lo triste es que lo harán en nombre del amor.

Hay una regla de oro que no debemos olvidar: el amor no hace el mal. Esto supone que hay distinción entre el mal y el bien; que no todo da lo mismo ni es igual. Debemos aprender a hacer el bien, buscarlo. Detectar las raíces del mal que hay en nuestro huerto, en nuestro interior.

También son necesarios hoy los profetas del amor, del bien. Si ves el mal y te callas, si te acostumbras a él, si no lo combates, eres colaboracionista. ¿Te acuerdas de los juicios de Núremberg?; en ellos se condenaron crímenes contra la humanidad. La historia no olvida y no nos perdonará el silencio ante el mal.

El amor tampoco es meloso, de color rosa, lábil, indiferente. Siempre supone esfuerzo, lucha. Por eso, algunas veces, deberemos corregir, ir contra corriente, también “con quien amamos” para facilitarle el verdadero amor. Decía Ratzinger: “Sabemos que, a menudo, los niños malcriados, a los que se les ha consentido todo, al final no logran salir adelante en la vida, porque esta les trata de otra manera y no han aprendido a disciplinarse a sí mismos, a situarse en el buen camino. O, por ejemplo, si por querer ser amable con un drogadicto, yo le proporcionase las drogas que anhela en lugar de apartarle de ellas (lo que sería muy duro para él), eso no sería un verdadero acto de amor”.

“El verdadero amor no consiste sencillamente en ceder siempre, en ser blando, en la mera dulzura. En este sentido, un Jesús o un Dios dulcificado, que dice a todo que sí, que siempre es amable, no es más que una caricatura del verdadero amor. Porque nos ama, porque quiere que avancemos por el camino de la verdad, Dios también debe exigirnos y corregirnos”.

Si queremos crecer en el amor y así ser felices, aprendamos a hacer el bien, busquemos el bien de los que amamos, corrijamos lo que no va.

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