Confabulario
Manuel Gregorio González
Lo mollar
Gafas de cerca
Aos animales –los otros– no elucubran con el concepto de felicidad. Antes de caer rendido media hora en el sofá, uno puede ver que un felino bellísimo o un temible cocodrilo viven, por este orden, para estar quietos o dormidos, cazar y comer de vez en cuando y reproducirse de higos a brevas. Los humanos no hemos parado de buscar alguna suerte de felicidad a lo largo de los tiempos. Las vías son múltiples: el amor cortesano o romántico, la pertenencia a una peña o hermandad, el logro profesional, las artes y sus contemplaciones, la familia; la soledad, los introvertidos; la permanente relación con otros, los extrovertidos; el poder y el dinero y la relevancia social, sea en tu manzana, en tu pueblo, en tu ciudad de provincia o en alguna metrópolis. Para algunos, es un millón de euros o dos en patrimonio; para otros, tener a los hijos orientados y no tener deudas llegada la antesala de la vejez, dormir bien, cierta serenidad de la mano de la salud, el cultivo del espíritu y la buena mesa o la mera frugalidad. Parece fácil, pero no lo es: tan es así que a veces buscamos, en la cuerda floja, la ayuda de ayudas en botella o en píldoras, si no para ser algo felices, sí para, a corto plazo, escapar de la infelicidad (antónimo mucho más fácil de identificar que la felicidad).
No citaremos aquí a los popes oficiales de la autoayuda edulcorada, y evitemos dar nombres, pero no la repelencia de su falsete. Venga una clásico, Marco Aurelio en sus Meditaciones: “Conservar a los amigos sin hastío ni ansiedad, ser autosuficiente en todo”. Y prevenirse de los riesgos que expele la gente tóxica, adjetivo que el emperador romano a buen seguro no cotizaba: “Al amanecer, repítete: me voy a encontrar con un entrometido, un desagradecido, un soberbio, un falso, un envidioso, un insociable”, y un alcahuete, añadiría. La justa consideración de uno mismo también es una clave del templado contento: “Esto es lo que soy: un poco de carne, un tanto de aliento y principio rector”.
En el transistor salta una y otra vez el nombre del primer gran proyecto de corrupto sanchista, Koldo (en euskera significa Luis, así que imaginemos un mensaje de Pedro “Koldo, sé fuerte”, al estilo Rajoy-Bárcenas). El piernas arrebatacapas de mano larga, tan quevediano, cervantino y nuestro calibra la felicidad en hacerse con dinero sin hacerse turbaciones mentales: a trincar, a trincar, que el mundo se va a acabar. Al mismo tiempo, el gran experto en la materia de Harvard, Robert Waldinger, afirma que “para ser feliz hay que tener dos personas a las que llamarías en mitad de la noche”. No precisa si es a causa de una visita de la UCO.
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