Confabulario
Manuel Gregorio González
Lo mollar
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En agosto de 2023, el eurodiputado croata Ivan Vilibor Sincicc preguntó a la Comisión Europea cuántos europeos han muerto como consecuencia de las vacunas Covid aprobadas. La respuesta de la comisaria de Sanidad no deja de inquietarme: según la base de datos de la EMA, se han registrado 11.977 informes espontáneos de sospechas de efectos secundarios con desenlace fatal para todas las vacunas Covid autorizadas. La Comisión añade, como claro argumento defensivo, que, hasta la fecha, no se ha identificado ninguna señal de seguridad que indique un aumento de mortalidad relacionado con ninguna de las vacunas.
Frente a estos grandes números, uno, que no es conspiranoico ni antivacunas, viene observando que está muriendo o enfermando demasiada gente y demasiado joven. Como toda impresión subjetiva, carece de base científica. Pero casi no hay día en el que un pariente, un amigo o un conocido no haya sufrido un ictus o un infarto o se haya muerto de repente. Falta, me parece, transparencia. Disipar dudas, implica aumentar la vigilancia y seguir, de forma continua y exacta, la aparición y el desarrollo de posibles secuelas para garantizar la seguridad de la población.
En España no se está haciendo o, al menos, no se está publicando. Por citar un supuesto concreto, la Asociación de Trabajadores Esenciales Afectados por la Vacuna AstraZeneca (Ateava) constata patologías que incluyen trombosis, encefalomielitis miálgica –EM/SFC–, trastornos neurológicos, cardiopatías, cuadros autoinmunes y un complejo entramado de síntomas severos que la ciencia médica no sabe cómo tratar ni catalogar. De su Manifiesto destaco algunas peticiones que hago mías: 1) visibilizar a las personas afectadas por las vacunas; 2) instaurar un Registro que incluya a todos los pacientes que han desarrollado efectos secundarios graves tras la vacunación contra la covid; 3) monitorizar todos estos supuestos y comunicar el número de fallecimientos sospechosos; 4) y, por último, para aquellos que fueron vacunados por su oficio y han enfermado, que se reconozca su sintomatología como enfermedad laboral.
En una nueva pregunta a la Comisión, Ivan Vilibor Sincicc solicita que se estudie el impacto a largo plazo de la vacunación y que se determine el organismo que asumirá el encargo. Todavía no ha recibido respuesta. Quizás olvidan que ocultar la evidencia no sirve de nada y que, para colmo, termina impidiendo el avance mismo de la medicina.
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