Hoy algunos buenos queridos amigos míos estarán de celebración porque la familia grande a la que pertenecen, su casa, cumple maduramente un año más y se acerca al siglo de existencia. Hoy el Opus Dei cumple 95 años.

Alarmas sonando, pero, superado el ruido, ¿qué chirría? Yo solo digo que unos amigos celebrarán hoy la madurez de su organización. Igual chirría que lo diga yo. Igual chirría que la organización sea el Opus Dei. Pues dos tazas daban.

Mi historia personal con la Obra es una, como todas en mi vida, de luces y sombras, pero no es fea ni es vergonzante. De toda la relación que he mantenido con gentes del Opus Dei me quedo con que la mayoría sigue todavía formando parte de mi vida y para bien. Quienes no lo hacen es porque no terminamos de encajar y el punto de fricción entre nosotros no habría sido, seguramente, la Obra sino lo capullos que probablemente sean, en cualquier condición y bajo cualquier circunstancia, y lo capullo que yo efectivamente soy, en cualquier condición y circunstancia.

En esa relación, hay, además de personas, un sitio singular: Torreciudad, el santuario mariano que hay en El Grado, cerca de Barbastro, Huesca, pueblo donde nació el fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, santo por más señas. Fui con mi madre y mi mujer hace pocos años. Mi madre siempre me escuchó contar chascarrillos de lo bonito que era, de lo bien que lo pasaba, de lo mucho que me enseñó cuando era chico, así que, de mayor, fuimos todos. Yo, claro, no solo fui, volví. A mi regreso encontré todo igual: ordenado, respetuoso y orgullosamente sereno, que el orgullo no es soberbia, bien ubicado en la vocación de ser vanguardia en la Iglesia Católica.

Ser vanguardia trae leyendas negras y castigos injustos. De las leyendas se pasa y, sin entrar en detalles, de los castigos injustos se aprende, pero son negras, y son castigos, y son injustos. La Obra celebra este año comprometida igual que siempre, en cualquier condición y bajo cualquier circunstancia, con lo que es capital: ser útil, dejar poso, volar como las águilas. Y revolucionar la santidad. A veces, las aves de corral no lo comprenden. No es falta de amor, sino de entendederas, y suma quizás alguna vengancilla cutre, pero, por si acaso, mis amigos pondrán amor, donde no hay amor, y sacarán amor. Lo sé. A los árboles altos los lleva el viento y a los enamorados el pensamiento.

El tiempo es solo insistir, torres más altas cayeron. Y esto que digo, lo digo porque ellos no lo dirán jamás: aguantarán con una sonrisa, aunque estén partidos por dentro. Por eso lo quería decir yo. Por eso y porque me da la gana. Inquisidores, apunten: en medio del mundo; ahí sigue el sitio, incluso a su pesar.

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