Servidumbres voluntarias

Se pone una gran ilusión en cualquier opción programada desde el exterior, incluso un vuelo internacional

Durante los tiempos del Antiguo Régimen, si alguna vez llegaban los beneficios deseados a los pueblos, la costumbre era atribuirlos a la gracia de la divina providencia. Además, había que rendirles siempre pleitesía a las almas nobles, o eclesiásticas, que actuaban como intermediarias. Aprendieron así las poblaciones a depender de una mano exterior todopoderosa que otorgaba, según ocultos criterios, las prebendas disponibles. Por eso, a esta disposición anímica se le llamó, acertadamente, servidumbre voluntaria. Han pasado casi tres siglos, estamos instalados desde entonces en la modernidad, pero aquellas servidumbres casi feudales -tan bien pintadas en sus obras por Valle Inclán- continúan interiorizadas en las mentes españolas. Para comprobarlo basta observar las expectativas que se despiertan, en distintas ciudades andaluzas, cada vez que debe instalarse una sede, una fábrica, o una significativa institución en una localidad. Instalación que se sospecha que aportará bienes económicos reales, y a la vez, simbólicos de representación y poder. Cabría pensar que, a estas alturas de los tiempos, la decisión de un reparto de esta importancia ya debería estar en manos de personal competente. Que juzga y califica en función de criterios públicos, explicables, transparentes y racionales. Pero no es así, los pueblos continúan aguardando que el azar, el destino, una dádiva providencial, o presiones subterráneas de interesadas manos ocultas, decida y les favorezca. Porque aún creen que la suerte es lo que preside el desenlace de sus vidas. Tal como si se tratara de un sorteo de lotería navideña. Se pone una ilusión desmesurada en cualquier opción programada desde el exterior, incluso un vuelo internacional, e inmediatamente Sevilla, Granada, Córdoba, Málaga se pelean para conseguir el meritorio premio (Jaén, Cádiz, Almería y Huelva están ya demasiado acostumbradas a representar la imagen pasiva de la servidumbre voluntaria). A esos rifirrafes verbales -que suelen perdurar un par de semanas- los políticos locales los llaman competir. Pero lo peor, lo más triste, es el deliberado, ambiguo y falso papel desempeñado por los nuevos señoritos del Gobierno de la nación. En lugar de aclarar, desde el primer momento, que decisiones de tal envergadura dependen de la racionalidad transparente de unos datos, cultivan, por el contrario, una incertidumbre que favorece su imagen de ente poderoso que castiga o premia, según obedezcas y te sometas a sus necesidades y proclamas.

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