El título que encabeza pertenece al último libro –Generación idiota: Una crítica al adolescentrismo– del politólogo y escritor argentino Agustín Laje, habitualmente vejado en las redes por su actitud políticamente incorrecta. En él, junto a razonamientos discutibles, se contienen otros de evidente interés. De entrada, Laje no se refiere a ninguna generación específica, sino a un comportamiento adolescente, ahora común a individuos de todas las edades, que parece convertirlos en adictos a la cultura de la cancelación. A su vez, ese instrumento woke les coloca en una contradicción irresoluble: en nombre de la defensa de la diferencia luchan por destruir cualquier y todas las diferencias, desde las existentes entre los sexos hasta las diferencias de opinión, y, finalmente, la lógica entre las generaciones, mezcladas ahora en una sola transgeneración en la que todos están unidos –Laje dixit– en la misma idiotez.

El resultado no puede ser más descorazonador: nunca se ha hablado tanto de tolerancia y nunca se ha practicado tanto la intolerancia. Un mundo teóricamente basado en el buenismo y en el amor está en realidad infestado de odio a la verdadera diversidad (de pensamiento, de creencias, de ideas, de posicionamientos políticos).

Para Laje, dos son los factores que nutren tal disparate: el narcisismo y el adolescentrismo. Por el primero, se produce una cerrazón absoluta; todo lo que no encaje en la ortodoxia debe ser prohibido; la autopercepción, el sentimiento, se convierte en medida única de la realidad, sustituyendo la verdad objetiva por una posverdad personal y relativa. Por el segundo, impera un principio esencial: “Lo nuevo es bueno, lo viejo es malo”. En ese concepto de lo viejo cabe por supuesto toda norma moral, todo esquema tradicional de convivencia, toda regla asentada, incluso biológica.

Vivimos, razona el autor, en un “Estado niñera” que, en efecto, es una suerte de totalitarismo light. Ese Estado busca hacerse con la totalidad de la vida del hombre y trata a sus súbditos como adolescentes idiotas, robándoles la libertad en aras de una supuesta felicidad.

A este panorama, que vaya si nos suena, opone Laje una auténtica subversión basada en el sentido común y en el regreso a la democracia clásica. Algo que él llama hoy la Nueva Derecha y que anteayer sería un conservadurismo inteligente y respetuoso de la libertad individual.

Léanlo. En un sentido o en otro, no les defraudará.

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