En Química se estudian una cantidad de cosas sorprendentes. Los míos, que crecen vertiginosamente, se enfrentan a una sucesión de exámenes de evaluación en una cadencia factorial de pruebas que van, de arriba a abajo, del último curso de bachillerato hasta el segundo de la ESO. En algunos casos, cae la puñetera Química y el fascinante mundo de los radicales libres. Y toca estudiar para acompañar.

Los radicales libres, a ver cómo lo explico, son una producción molecular mala, extraña, generada a partir de otras moléculas buenas, corrientes, porque se les queda un electrón, propio de su composición, desapareado. Esto pasa en todos los organismos y se monta un follón bastante alegre porque los radicales libres tienen una altísima capacidad de reacción y su crecimiento potencial, si no se les combate y controla, produce infinidad de cambios químicos en los organismos que los crean y padecen, haciendo incompatible la vida. Los radicales libres son los verdaderos culpables del envejecimiento y la muerte celular prematura. Una movida, vaya.

Pues, como ya ven, la Química no es un entorno cómodo para mí, pero me sugiere una comparación que me resulta más comprensible, aunque igualmente compleja y, si me apuran, previsible. Tenemos en nuestro organismo democrático un problemilla serio con los radicales libres que se han desatado. Llevamos un montón de tiempo con una mala dieta, pobre de solemnidad en antioxidantes (acuerdos), y no sufrimos ahora esta implosión de radicales porque nos la hayan inoculado desde fuera con una inyección de ultraizquierdismo, ultraderechismo, o ultragilipollez. Los ultras, los de izquierda, los de derecha, los mediopensionistas y, sí, también, los tontacos llevaban aquí ya rato. Ha bastado que la dieta se convierta en una sucesión de caprichos para contentar paladares inmediatos -para darse un atracón festivo más que para alimentarse bien- y listo el papelón. Ahora, podemos decirle al médico (que, por cierto, ni hay) que nos ha sorprendido la revolución que tenemos en lo alto, con todos los parámetros desquiciados, y que no tenemos ni idea de cómo ha podido pasar, pero es una mentira gordísima porque, en verdad, llevamos años alimentando un frentismo político, sólo escasamente útil para encaramarse al poder y sólo coyunturalmente incapaz de encontrar necesarios espacios de consenso en las cosas de comer.

La mayúscula torpeza de los líderes de la derecha y de la izquierda, antes centrales, moderadas, ha provocado un hartazgo lamentable que crea y nutre sus versiones radicales a diestra y siniestra, y nos han hecho rehenes a los demás, y a ellos mismos, de esos extremos, que crecen, mientras se achica el espacio de la moderación. Debe tener cura, pero no pasa por estas células viejas.

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