Psicología de un pueblo

En las ferias, sus habitantes, si se disfrazan -como ya destacó, asombrado, Cernuda-, se disfrazan de andaluces

Ya desde tiempos remotos, si se quería comerciar, guerrear o relacionarse con otro pueblo, surgía interés por conocer cómo eran sus gentes. Y gracias a testimonios de viajeros, cronistas, e historiadores, se obtenían impresiones que explicaban si eran de fiar, productivos, cultos, ingeniosos o buenos soldados. Así, recopilando noticias de unos y de otros, en el siglo XVIII, se crearon verdaderas enciclopedias del carácter y constitución de habitantes y naciones. No se logró sobrepasar más allá de generalidades, que sólo servían para encasillar a los desconocidos con cuatro rasgos y lugares comunes. Pero la curiosidad crecía al mismo ritmo que los viajes y, en el siglo siguiente, se creó un género literario: las fisiologías costumbristas, destinadas a retratar los hábitos de las más dispares poblaciones. Con el siglo XX llegó mayor exigencia científica y se difundieron estudios de psicología de los pueblos, a la par que se desarrollaba la antropología, el psicoanálisis y materias afines. En España esta nueva teoría influyó en los regeneracionistas, en estudiosos de la "mala vida", como Salillas, y sobre todo en un olvidado historiador español, Rafael Altamira, un precursor de los llamados estudios culturales con su libro Psicología del pueblo español (1902). Expuso Altamira en esas páginas, cargadas de intuiciones, los motivos que habían llevado a muchas regiones españolas a ser como eran. No fue la suya una tarea fácil, y la pregunta fundamental, a la que él quiso responder, continúa ahí pendiente, sin cerrar, transcurrido más de un siglo. Y en estos días, se renueva su interés, al haberse iniciado la oleada de ferias andaluzas que perdurarán hasta octubre. Mucha gente, andaluces y no andaluces, se plantean el porqué de esta disposición anímica, tan entusiasta ante un determinado tipo de fiesta, muy distinto al de cualquier otra geografía. Para percibir esta diferencia, basta contrastarla con la más universal de las fiestas: el carnaval. Una fiesta que tiene como esencia el disfraz. El cual permite olvidar las referencias cotidianas: sentirte otro personaje. Sin embargo, en Andalucía, la caseta de feria se adorna como si se tratara del propio patio la casa. Se beben, comen y bailan las mismas cosas de todos los días, y sus habitantes si se disfrazan -como ya destacó, asombrado, Cernuda- se disfrazan de andaluces. Tal como si temieran, incluso en su propia fiesta, olvidarse de que son andaluces. Habría que releer a Altamira para ver si es posible encontrar la causa de tan repetitivo ensimismamiento.

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