Estado Profundo

Hay convencidos de que existe un Estado Profundo en el que personajes ocultos se dedican a defender a los poderosos

Ha estado realmente enfermo Donald Trump? ¿O ha sido su ingreso en el hospital un montaje para quitar importancia a la pandemia, y de paso hacerse pasar por una persona fuerte y saludable a pesar de su ya avanzada edad? Es curioso, pero no sabemos nada de nada. En la época en que tenemos acceso ininterrumpido a toneladas de información -casi siempre inútil-, hay cosas que siguen siendo un misterio impenetrable. Y esas cosas son las que verdaderamente nos deberían importar porque afectan a nuestro precario bienestar. Empresas que logran sortear durante años sus deudas con Hacienda -mientras que los particulares son acosados hasta la asfixia por pequeñas infracciones-, acuerdos bajo mano que otorgan ayudas públicas a personas que no están autorizadas a recibirlas, cobros ilegales, pagos subterráneos…, es decir, todas esas maniobras que don Pío Baroja solía denominar "trapisondas". Pues sí, todo eso ocurre casi todos los días y prácticamente no nos enteramos de nada, pese a la labor heroica de algunos -muy pocos- medios de comunicación, ya que la información relevante se dedica a casos tan disparatados como el de Josep Maria Mainat y su esposa, cuyo animal totémico, por lo que sabemos, es esa araña que los entomólogos denominan "viuda negra" porque la hembra suele devorar al macho después del apareamiento. En fin.

Hay gente que está convencida de que existe un Estado Profundo (el Deep State) en el que una serie de personajes ocultos -empresarios, jueces, militares- se dedican a defender con uñas y dientes los privilegios de los poderosos. El mismo Donald Trump está convencido de que existe ese Estado Profundo, que vendría a ser una especie de conciliábulo secreto formado por personajes con poderes casi taumatúrgicos (como el doctor Mabuse de Fritz Lang). Pero eso tampoco es cierto. O no es del todo cierto. Lo que sí existe es una forma de administrar el Estado tan poco limpia -gracias a los tejemanejes de los partidos políticos- que las decisiones arbitrarias se pueden tomar sin que nadie pueda hacer impedirlas. En España conocemos bien esa otra versión del Estado Profundo. Pero no se trata de unos espías que se reúnen en cónclaves secretos, sino de las decisiones de unos políticos que hemos votado entusiasmados porque así, si ganaban ellos, no gobernarían los otros, los malos. Así de simple.

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